INICIOS DEL IMPERIO ROMANO
En los inicios del siglo V A. C. mientras Grecia se preparaba para defenderse de la agresión de los persas, en la zona occidental de Italia. Una nueva potencia política emergía como designada a ser una gran protagonista en los hechos dados tanto en Palestina como en el mundo mediterráneo. Esta potencia era la nueva República Romana. El pueblo común o plebeyo, alcanzó tener parte el gobierno de la República después de una seria de disturbios motivado por el yugo de la monarquía dada dentro de un ambiente de oligarquía e inclinado a la clase rica o patricia.
Después de luchar con éxito contra los invasores bárbaros del norte, dominado a sus vecinos en la península itálica, en los comienzos del siglo III. A.C. , los romanos se habían consolidado como una potencia nacional, lo cual le aporto enemigos acérrimos como el imperio Cartaginés. Cartago encontró en un personaje llamado Aníbal un caudillo valiente, contra el cual Roma se organizo y lucho. Después de una seria de luchas, conocidas como Primera, Segunda, y Tercera Guerras Púnicas, Cartago claudicó y dejo a Roma, en 146 A C., como potencia absoluta del Occidente. Después de un siglo Roma por el año 63 A. C. , cuando el imbatible Pompeyo lideró a las legiones romanas a través de Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, sometiéndolas al dominio romano totalmente. Con la habilidad y planeación de Julio César, la República Romana en los últimos 50 años A.C., se transformo en el Imperio Romano.
Gracias a todas sus conquistas el Imperio Romano extendió sus dominios prácticamente a todo el mundo mediterráneo. Sus límites orientales extremos estaban conformados por el Río Eufrates, y hacia el oriente se extendía hasta el Océano Atlántico. Los dominios por el Norte llegaban hasta el Danubio y los limites meridionales de Escocia, y hacia el Sur, hasta el desierto de Sahara. Únicamente el Océano Atlántico al occidente y las áridas extensiones del gran desierto al Sur, habían logrado frenar el triunfal avance de las legiones romanas.
De esta forma y en esta manera el mundo mediterráneo se vio bajo el dominio de un solo gobierno y todo este enorme imperio cayo bajo el mando de un solo hombre, Augusto César (Octavio), quien alcanzó una eficiente organización y el establecimiento de una era de paz y seguridad. Con él el imperio romano hizo su aparición y logró lo máximo
LA ADMINISTRACION DEL IMPERIO ROMANO
Seria dificultoso exceder la calidad del gobierno romano en la disposición del mundo. Concluyó el máximo de un proceso que había estado en desarrollo durante más de dos siglos. Este transcurso fue comenzado por Alejandro el Grande. Posteriormente de que el conquistador macedonio hubo juzgado y unificado a las disgregas y celosas fracciones de los estados griegos, entro al Asia Menor en el año 334 A. de C. y comenzó una campaña que consumó una de las expresiones históricas más grandes de todos los tiempos – la penetración de la cultura griega en la vida oriental. Desde entonces, griegos y orientales avanzaron de la mano para conquistar espiritual y e intelectualmente al mundo. Pero muy al principio de su avance, la civilización greco oriental se enfrentó a un serio obstáculo, que ciertamente hubiera sido fatal de no haberla salvado una manifestación histórica paralela. El despedazamiento del imperio de Alejandro después de su temprana muerte, y el desorden político que lo siguió, dividieron al nuevo mundo grecooriental en varias facciones combatientes y se produjo la gradual desintegración de esa estructura del dominio helenístico, que el maravilloso genio del Alejandro había establecido tan ampliamente en tan breve tiempo. Pero ya hemos visto cómo Roma avanzó desde el occidente, primero a Macedonia y después hacia las comarcas asiáticas, uniendo los dispersos y deteriorados fragmentos del imperio Griego con una organización coherente. Así Roma salvó al decadente helenismo y éste correspondió dando a Roma los maravillosos poderes de su superior influencia culturar y religiosa. “Grecia cautiva sojuzgó a su captor”. Los romanos pronto acogieron la educación, la filosofía, el arte y la religión de Grecia. Desarrollando los efectos estabilizadores y organizadores de su administración imperial sobre el mundo helenístico, el imperio recuperó los decaídos efectos de la civilización griega y le abrió el camino para su perdurable progreso.
I. El Gobierno Central
La ocupación principal del emperador era la orientación del ejército que mantenía autoritariamente bajo su poder y esto le daba dominio sobre todas las cosas relacionadas con Roma o sus provincias. El Emperador asimismo podía elevar a alguno al “orden” de la clase necesaria para ocupar un lugar en el Senado, y entonces conseguir un puesto publico, al cesar del cual lograba su ingreso al senado. Además se hallaba entre las facultades del emperador remover a un senador si en su opinión este ultimo no cumplía adecuadamente sus deberes, o había comprometido o perdido su calidad. De aquí que el emperador tuviese poderes casi ilimitados sobre los miembros del senado. Además, los decretos del Senado estaban sujetos al veto del emperador. Es dificultoso entender cómo estos hechos constituyeron del Senado sólo algo más que un adorno, mientras el emperador era el indiscutible jefe de la nación. Los lugares del cónsul y tribuno, que eran oficios superemos del Estado en tiempos de la Republica, eran ahora poco más que vacíos premios de honor que habrían de ser concedidos por el Emperador a sus preferidos. El gobierno romano del siglo I era una monarquía dominante en todo, excepto el nombre.
II. El Gobierno de las Provincias
Las provincias habían alcanzado a ser posesiones de Roma, de diversas maneras. En los días de la República unas se habían unido mediante alianzas voluntarias. Otras habían sido anexas serenamente de tiempo en tiempo. Pero la gran mayoría de los estados dependientes habían sido ocupados por las invencibles legiones romanas, e incorporados por la fuerza militar.
Escasas provincias eran gobernadas por reyes servidores, que admitían la suprema autoridad de Roma y pagaban el tributo estipulado, como era el caso del Herodes del Nuevo Testamento. En la mayoría de los casos el regente era un gobernador, señalado por la autoridad romana, o por el Senado, o por el emperador, según el estado de la provincia. El deber del gobernador era mantener a la provincia bajo el dominio de Roma, recaudar los impuestos y administrar justicia, donde correspondía a la ley romana. Los infractores de la legislación local eran juzgados por tribunales del país. En caso de que el acusado fuese un ciudadano romano, sabía apelar al tribunal imperial de Roma. Por esta ley Pablo logró apelar a César.
Tenían dos clases de provincias: las senatoriales, eran aquellas cuyos gobernadores eran escogidos por el Senado, sujetos a la aprobación del emperador, tales como Acaya, Macedonia, Asia, Chipre y Creta. Sus gobernadores eran llamados “procónsules”. Las provincias imperiales estaban bajo la vigilancia directa del emperador, y sus gobernadores eran sus representantes. En las divisiones imperiales más grandes o más importantes, el gobernador era alguno que había sido miembro del Senado y se le conocía como “propretor”, mientras las más pequeñas eran gobernadas por “procuradores” de la clase de los caballeros. A la postrera clase pertenecía la provincia de Judea, de aquí que Pilato fuese un procurador. En el habla popular el titulo “gobernador” se aplicaba libremente a cualquier administrador provincial. Entre las provincias imperiales del silgo I se contaban Panfilia, Galacia, Cilicia y Siria. Judea era una provincia procuratorial bajo la vigilancia de la administración de Siria. El gobernador de una provincia poseía un concejo como gabinete consejero, constituido por antiguos magistrados y
Ciudadanos con poder de influencia
Interiormente de las provincias había habitualmente grupos de ciudadanos romanos, con frecuencia compuesta de solados veteranos, que se conocían como “colonias”. Quedaban establecidas usualmente en el lugar de alguna ciudad ya existente. A tales grupos partencia no solamente la ciudad, sino una pequeña extensión de los campos de alrededor. En su gobierno esas colonias eran prácticamente duplicadas de la Roma Imperial eran “pequeñas romas”. Entre las colonias romanas del siglo I, son familiares al estudiante del Nuevo Testamento: Cesarea, Listra, Antioquia de Pisidia, Troas, Filipo y Corinto. Tenían también ciudades que habían logrado privilegios especiales, y la administración liberado de su gobierno local. Este privilegio era concedido por Roma, bien en reconocimiento de algún servicio distinguido que hubiesen prestado al imperio, o por su situación civil al ser conquistadas. Eran conocidas como “ciudades libres”. Tesalónica era una de estas ciudades.
III. Los Impuestos
Al principio del reinado de Augusto César, a intervalos de 14 años, se levantaba un ceso del imperio romano con propósitos de fijar los impuestos. Unote estos censos fue el motivo de la visita de José y María a Bethlehem, al tiempo del nacimiento del Jesús, probablemente el año 8 A. de C. La principal fuente de ingresos era el impuesto sobre la tierra, pero hubo muchas formas de impuesto personal y especial, aún el gravamen a los viejos solterones.
Las rentas podían dividirse en dos clases: impuestos y tributos. Los impuestos, que eran derechos aplicados a diversas mercancías y servicios, se recaudaban bajo la vigilancia del gobierno local. Estos derechos se reunían por medio de agentes seleccionados de entre los habitantes de la provincia y se remitían al funcionario representante del imperio. Los tributos sobre la propiedad y la persona ya no se enajenaban, como al principio se habían hecho, sino que se colectaban bajo el cuidado inmediato de funcionarios romanos. Los gravámenes se pagaban, bien en dinero o en productos. Los tributos de Egipto se pagaban principalmente en grano; los de Palestina en monedas.
La suma de las contribuciones se gastaba en la administración del gobierno local y en servicios públicos y mejoras. También se empleaban en reparaciones y reconstrucciones en caso de terremoto, incendio u otro desastre. Un saldo considerable se enviaba a Roma. Los tributos de las provincias senatoriales iban a la tesorería del Senado, y se empleaban en costear los gastos de ese cuerpo y la administración de la provincia de Italia. Los de las provincias imperiales se enviaban al emperador y proveían para el mejoramiento y alimentación de la ciudad de Roma, la manutención del ejército y los gastos personales del emperador.
ROMA Y LA RELIGION
I. La Religión Nacional
Roma otorgo el valor a la religión y mantuvo el culto de los dioses nacionales. La religión original de Roma, era definitivamente politeísta. En realidad, la tendencia de los romanos era separar toda la cualidad del carácter y experiencia de la vida que pudiese ser concedida vagamente, y deificicarla. Esto produjo una gran multitud de dioses.
Roma reconoció el valor de la religión y creó las condiciones para ser fomentada por funcionares del Estado a expensas publicas. Sin embargo, el culto del Estado estaba principalmente dedicado a las deidades nacionales. Hubo multitud de divinidades cuyo culto estaba confinado a las localices particulares, o a los oficios, o a las familias. Prácticamente cada familia romana tenia sus deidades patrimoniales que estaban instaladas en un pequeño altar, y a las que se ofrecía alimento y guirnaldas en compensación por su protección al hogar. Era a los dioses de interés general, como los que tenían que ver con el clima, la cosecha o el triunfo en la batalla, a los que incumbía el culto causado por el Estado.
Se considera que no tenían idea alguna de la relación o trato individual con la divinidad. Los dioses eran adorados solamente para provocarlos a conceder buena fortuna a la nación y a la familia. Puesto que el hogar era considerado primordialmente como un instrumento del Estado, el incentivo religioso esencialmente del romano antiguo era el patriotismo. Los dioses eran fundamentalmente dioses del Estado, y beneficiaban al individuo solamente en cuanto concedían favor al Estado o a la familia como elemento del Estado. De aquí que la religión fuese principalmente un asunto gubernamental, y los dioses sólo agentes en el progreso del Imperio.
Justamente antes de iniciar la Era cristiana, como resultado de la influencia de la cultura y filosofía griegas y de nuevas influencias religiosas, el interés popular en la antigua religión de Roma comenzó a retroceder. Cuando se vio decaer a la religión nacional se hizo un rápido esfuerzo por el gobierno imperial para restaurar su poder sobre la imaginación del populacho. Se gastaron grandes sumas del tesoro público en el aumento del culto nacional. Pero este interés era puramente utilitario; en ningún sentido moral o espiritual. No habían en los círculos imperiales devoción alguna a la religión como religión. Hasta donde los emperadores creían en los dioses, su principal desvelo era anotarlos como aliados del Imperio. Esto era una interferencia natural del concepto fundamental de que la religión era un asunto nacional y los dioses, bienes nacionales. Consecuentemente, para el romano la religión no era sino uno más de los servidores de Roma. El supremo interés del gobierno romano era el progreso y la prosperidad del Estado, la religión era sólo uno de los factores empleados para tal fin. Si alguna religión dejaba de servir a ese propósito, el Emperador se manifestaba indiferente hacia ella; esta finalidad arrasaba sobre si la ira imperial y se consideraba digna de exterminio.
II. La Política hacia las Religiones Extranjeras
Roma era marcadamente indulgente hacia las religiones extranjeras si se atiende al estado de ilustración de ese tiempo. Pero la política imperial hacia la religión era meramente de pasividad y no de libertad religiosa. En su vigilancia de los mejores intereses del Estado, el emperador vigilaba las manifestaciones religiosas como lo hacia en todos los aspectos de la vida. Ninguna religión podía esperar lograr gran triunfo y al mismo tiempo escapara durante mucho tiempo de la observación del gobierno. “El Estado, de hecho, exige el derecho de decidir qué dioses pueden ser adorados y aunque no se preocupa acerca de las dictámenes particulares de un hombre, prescribe los objetos de adoración publica, y de tiempo en tiempo insiste en la debida reverencia que debe serles otorgada.” En la ejecución de esta política, las religiones del Imperio se ponían bajo dos clasificaciones, conocidas como religio licita (culto permitido) y religio illicita (culto no permitido). Una religio licita tenia el reconocimiento y, si era necesario, la protección del Gobierno. Por otro lado, la religio illicita no obtenía el reconocimiento del Estado o la protección del Estado. No era ilegal, sino “no legal”: estaba fuera del dominio de los asuntos romanos. Podía persistir indefinidamente, y sus devotos fervientemente promover su culto, pero hasta donde éste no daba evidencia alguna de amenaza, en ningún sentido, para la unidad o la paz del imperio, los funcionarios romanos no hacían esfuerzo alguno para molestarla. El cristianismo era una religio illicita, pero al principio fue considerada por Roma como simplemente una nueva rama del judaísmo, que era una religio licita. De aquí que durante las primeras décadas de su historia, el cristianismo escapó de la vigilancia del Gobierno Romano. La persecución más primitiva, la de Nerón en el año 64 D. de C., fue el antojo personal de un caprichoso monarca más que una política imperial establecida. Pero en la época de Domiciano (81-96) el cristianismo había alcanzado tal prominencia y fuerza numérica, que se temía que con el tiempo pusiese en peligro la integridad y perpetuidad del Imperio, de modo que lo que había sido simplemente una religión no legal llegó a considerarse como religión fuera de la ley.
III. El Culto de Emperador
Mientras las antiguas religiones nacionales de Grecia y de Roma habían llegado a estar totalmente atrofiadas en el siglo I, una influencia religiosa que partía de los círculos imperiales hacia sentir ampliamente. Esta era el culto del emperador romano promovida como actividad de intereses políticos por el gobierno romano. Negarse a participar en este culto oficial del emperador era dar muestras de deslealtad al Imperio y aún podía, si se persistía obstinadamente, ser interpretado como traición. Este hecho hizo que el culto del Emperador estorbase excesivamente a los primeros cristianos, y fue, frecuentemente, causa de grave persecución.
La base de apelación del culto del emperador difería en el occidente y en el oriente. En Roma misma, y así en el pensamiento de los emperadores, se basaba en la antigua idea romana del genius. El genio de una persona, institución o cosa, era un espíritu guardián representativo que perpetuaba la categoría particular a la que pertenecía su cargo. El genio del poder de Roma imperial precedía el destino de cada subsecuente emperador. Era este genio imperial el que elevaba al emperador al puesto de la divinidad. Generalmente el emperador romano no se consideraba seriamente como divino. “Sin duda Augusto, al dar su sanción al culto de su genio, no había pensado en edificación alguna de si mismo. Pero en el Oriente el caso era distinto. La psicología religiosa del Oriente era muy susceptible de recurrir a un hombre deificado. Desde un pasado muy remoto, los reyes habían sido considerados como seres divinos, y vistos con una reverencia que difícilmente podría distinguirse de la adoración. Alejandro había sido contemplado como un dios por sus pueblos conquistados, y Pompeyo había hecho impresión semejante. Así, la mente asiática no tenia dificultad alguna en levantar a cada emperador al pedestal de la deidad, y los emperadores no vacilaron en tomar ventaja de este rasgo psicológico. Como resultado el cristianismo oriental tuvo la más dura lucha con esta forma de oposición, particularmente en Asia Menor.
LOS EMPERADORES ROMANOS
El propósito de esta exposición nos lleva a ocuparnos aquí solamente del carácter de los emperadores del Siglo I y de su relación con la historia del cristianismo del Nuevo Testamento. Por lo tanto, los mencionaremos en sucesión cronológica e indicaremos brevemente su relación con los acontecimientos de la historia cristiana del Primer Siglo.
I. Augusto César (31 A. C a 14 D. C.)
Después del establecimiento de la Republica, A gusto fue el primer caudillo romano que tuvo éxito en mantener por un tiempo largo su puesto como gobernante del pueblo romano. La experiencia con sus gobernantes en su historia primitiva había hecho a la palabra rey intolerablemente detestable para los romanos, de tal modo que no admitían insinuación alguna de ambición por la corona, de parte de alguno de sus caudillos. Aun cuando Augusto llegó a una posición segura de poder supremo, tuvo cuidado de no aceptar el odioso titulo de rey, pero insistió en ser conocido como “imperator”, la voz latina que se ha convertido en nuestro vocablo emperador y que denotaba al comandante en jefe de las fuerzas militares. Podemos observar, por las fechas que limitan su reinado, que Augusto era emperador cuando nuestro Señor nació en Bethlehem. Su nombre se menciona especialmente en Lucas 2:1. El fue quien designó a Herodes como rey de Judea. Después de la muerte de Herodes, Augusto dividió el reino de Palestina entre los tres hijos de aquel, aunque más tarde depuso y desterró a Arquéalo, poniendo a Judea en manos de un procurador. Augusto fue el más grande de los emperadores romanos, y uno de los más grandes estadistas de todos los tiempos. Estableció en el mundo romano el reinado de la paz, la famosa Pax Romana, y en un sentido muy significativo preparó el camino para el extraordinario entendimiento de la religión cristiana.
II. Tiberio (14 a 37 D. C)
Tiberio prometía, al principio de su reinado, llegar a ser un gobernante como su gran predecesor, pero después de pocos años se precipitó en una política de crueldad y despotismo. Fue él quien designó a Poncio Pilato como gobernador de Judea. La prolongada administración de Pilato en Judea se debió no a su eficiencia o popularidad, sino a la política de Tiberio en su trato con sus gobernadores. Consideraba mejor dejar a un gobernador durante un largo periodo, basándose en que bajo esta circunstancia, no habría tan gran tentación de despojar y robar a sus súbditos para enriquecerse durante su breve periodo como funcionario. Tiberio era en la época de su muerte, el admirado patrón y protector de Herodes Antipas. Agripa I ocasionó su disgusto y fue desterrado por él durante un tiempo, y aprisionado en cadenas en otra ocasión. El cristianismo había alcanzado tan reducida importancia durante su reinado que es casi imposible que pudiese haber sido notado por él.
III. Calígula (37 a 41 D. C)
Este fue uno de los más crueles y libertinos de los emperadores romanos. Era fanático y déspota. Los judíos de Alejandría que habían sufrido un ataque de los habitantes gentiles, apelaron a Calígula en busca de justicia, pero en respuesta solamente recibieron insultos. Tomó seriamente la designación artificial de divinidad de los emperadores romanos, y concibió la fanática creencia de que él era en la sombría realidad un dios en forma humana y determinó mantener su culto por si mismo en todo su reino. El culto del emperador había comenzado con Augusto, pero nunca había sido incrementado por tan extremas medidas y fanáticas exigencias como las adoptadas por Calígula, y nunca antes ni depuse con tan insensata vanidad. Los habitantes paganos de Jamnia, en Judea, construyeron un altar e instituyeron en suelo de Judea, el culto del emperador. Los judíos protestaron, y en respuesta a su protesta, Calígula ordenó que su imagen fuera colocada en el templo de Jerusalén, y pudo disuadírsele del temerario acto de sacrilegio solamente por la apremiante intercesión de agripa, que estaba en Roma en ese tiempo y en muy intimas relaciones con el Emperador. Fue Calígula quien restauró al fortuna del desventurado Agripa, y lo reinstaló en el varo imperial, concediéndole un reino. Desterró a Antipas y añadió sus reinos al dominio de Agripa. Calígula murió asesinado.
IV. Claudio (41 a 54 D. C.)
Claudio era débil de cuerpo y de espíritu, peor a pesar de esto, su reinado fue de prosperidad, y en los primeros años, de paz. Abarcó la mayor parte de las actividades misioneras de Pablo, y conservó al mundo ordenadamente, mientras Pablo predicaba. Fue ésta, por supuesto, una contribución muy inconsciente de parte de Claudio. Llegó a ser amigo y protector de Agripa I, a quien concedió el titulo de rey y el dominio de la mayor parte del territorio incluido originalmente en los dominios de Antipas y Filipo, tanto como la antigua provincia de Judea. En el año 52 fu ofendido por los judíos de Roma, probablemente debido a las agitaciones surgidas entre ellos por el cristianismo, y arrojó de la ciudad a muchos de ellos, entre quienes estaban Priscila y Aquila.
V. Nerón (54 a 78 D. C)
Este monarca conserva la no envidiable distinción de haber sido el más despóticamente cruel de todos los emperadores romanos. Impulsado por motivos de egoísmo había incendiado una gran parte de la Ciudad de Roma en el año 64 D. C. Tan fuerte fue la reacción del sentimiento popular, que Nerón comenzó a temer por su seguridad personal, y para librarse de las sospechas que recaían sobre él mismo, acusó a los cristianos de ese crimen. Se precipitó una persecución muy cruel. “Nerón prestó sus jardines para exhibir las torturas de las desventuradas victimas, y en la noche alumbró sus terrenos con las llamas de los cristianos que se consumían en las hogueras.” Esta persecución al principio fue local, pero más tarde se extendió, en ataques esporádicos, a otras partes del Imperio. Fue durante esta persecución cuando Pablo y Pedro sufrieron el martirio. Nerón fue el emperador que primero continuó con la guerra para reprimir la rebelión judía en Palestina. Tuvo un fin trágico. Llegó a ser tan impopular, que fue condenado por el Senado Romano, y sabia que el veredicto de esta asamblea se mantendría, porque tenia consigo la simpatía casi unánime del pueblo. En su confusión y pesadumbre se quitó la vida.
VI. Galba, Otón y Vitelio (68 a 69 D. C.)
Después de la muerte de Nerón, reinó la confusión en Roma por espacio de dos años. Tres generales de los ejércitos romanos, en rápida sucesión, se apoderaron del trono, cada uno obligado por su sucesor a abandonarlo y entregando su propia vida como premio de su ambición.
VII. Vespasiano (69 a 79 D. C. )
Finalmente Vespasiano, comandante de las legiones romanas de Siria y Judea, fue proclamado emperador por su ejército, el más poderoso del Imperio en ese tiempo, y logró establecerse en el puesto imperial. Había estado durante algún tiempo empeñado en guerra con los judíos, y, al llegar al trono, envió a su hijo Tito para dominar la rebelión. Tito capturó y destruyó a Jerusalén en el año 70 D. C.
VIII. Tito (79 a 81 D. C.)
El reinado de este emperador, hijo de Vespasiano ya mencionado, fue breve y pacifico y sin ninguna relación posterior de importancia con la historia cristiana.
IX. Domiciano (81 a 96 D. C)
En Domiciano tenemos una combinación de habilidad administrativa y tiránica crueldad. Los primeros años de su reinado fueron claramente suaves y pacíficos, pero creció en impopularidad y aumentó su sed de sangre. Al principio prestó poca atención al movimiento cristiano, pero en los últimos años, especialmente los dos últimos de su reinado, impulsó la persecución de los cristianos con ferocidad inflexible. Las más antiguas tradiciones dan testimonio de que, durante este periodo, Juan el Apóstol estuvo desterrado en la Isla de Patmos y escribió la Revelación. Es posible que casi al principio de su reinado (85 a 90) se escribiese el libro de los Hebreos. Exactamente después de terminarse el reinado de Domiciano, el Apóstol Juan murió en Efeso, dando fin al periodo que denominamos la Edad Apostólica.
LA DINASTIA IDUMEA
De hecho, Jerusalem había estado todo este tiempo bajo el dominio de Antípater, quien puede considerarse propiamente como el primer gobernante de la dinastía idumea. Esta línea real produjo a Herodes, quien tan frecuentemente aparece en la historia del Nuevo Testamento.
I. Antípater
Los idumeos eran sucesores de los edomitas, descendientes tradicionales de Esaú. En las campañas de Juan Hircano, Idumea fue anexada a Judea y su pueblo obligado a someterse al rito de la circuncisión, convirtiéndose así nominalmente en judíos. Antipas, padre de Antípater, fue designado gobernador de Idumea por Alejandro Janeo. Fue sucedido por Antípater, quien demostró ser un caudillo astuto, ambicioso y de grandes recursos. Dos hechos mostraron la astucia del hombre. Por una parte, adoptó la causa de la parte más débil de la familia Asmonea, porque sabía que el obstinado y agresivo Aristóbulo nunca le permitiría sujetar las riendas del poder: mientras, por el otro lado, cortejó a los sucesivos conquistadores romanos y obtuvo su favor, sabiendo que con su apoyo podría vencer toda clase de oposición. Tuvo éxito en hacerse “indispensable tanto al débil sacerdote Hircano como a los poderosos jefes de la República Romana”. Ya hemos visto cómo, utilizando a Hircano como instrumento, se apoderó del gobierno de Judea. Hircano era sumo sacerdote y gobernante nominal; Antípater realmente administraba los negocios. Bajo Julio César logró el protectorado de toda Palestina. Cuando se aseguró en la soberanía, procedió a conferir altos honores a sus hijos, Fasel y Herodes, designando al primero, gobernador militar de Judea y al último, Tetrarca de Galilea. Pero en medio de sus bien forjados planes de progreso, fue envenenado por una fanático judío.
II. Herodes
La mención de este nombre levanta ante nuestra visión mental otro nombre que está sobre cualquier otro, JESUCRISTO, el Salvador del mundo; porque fue mientras aún estaba en el trono Herodes, cuando Jesús nació en Bethlehem de Judea. El sanguinario reinado de este dramático gobernante puede dividirse en tres periodos: Lucha por la supremacía, administración progresista y caos interno.
1. Después de la muerte de Antípater, Judea se abandonó en manos de Fasel, y Galilea quedó bajo el dominio de Herodes. Pero días difíciles aparecían ante los dos hermanos. Julio César había sido asesinado a causa de la República se había perdido en Filipos. Así, los idumeos fueron arrojados al lado de los vencidos en la rivalidad de Roma. Eran odiados por sus súbditos como gobernantes extranjeros e impostores. Antígono, hijo de Aristóbulo II, pidió la ayuda de los partos y tomó Jerusalem. Fasel fue capturado y desesperado de la causa, se suicidó. Pero Herodes no pudo ser sometido tan fácilmente. Evadió a sus enemigos y después de muchas dificultades y privaciones llegó a Roma, donde pidió a Antonio que diese el trono de Judea al joven Aristóbulo, hijo de Alejandro.
Volvió a Palestina con un pequeño ejército romano, reunió otras fuerzas que simpatizaban con su causa, y logró la captura de Jerusalem en el año 37 A. C.
Después de que Octavio (Augusto César) alcanzó la supremacía del Imperio por su victoria en Accio, Herodes obtuvo de él la promesa de su amistad y protección. Mariana, su hermosa y amadísima esposa, fue acusada de infidelidad por su hermana Salomé y condenada a muerte. Su trágico destino pronto se repitió en la ejecución de su orgullosa y sagaz madre.
2. Llegó a ser ostensible (y quizás realmente) protector entusiasta de la cultura y el arte, e indujo a varios eruditos a establecer su residencia en su reino. No provocó guerra alguna no necesaria, dando así, al país, oportunidad para desenvolverse.
En su programa de reconstrucción, Herodes demostró cierta verdadera habilidad de estadista. Decidió la fundación de varias ciudades nuevas, la principal de las cuales fue Cesarea, denominada así por su patrono, Octavio. La ciudad de Samaria fue mejorada y engrandecida, se edificó en ella un hermoso templo, después de lo cual se cambió el nombre de la ciudad por el de Sebaste (nombre griego correspondiente a “Augusto”), en honor del emperador romano. Construyó nuevos fuertes para la defensa de sus dominios, y los edificó tan bien, que las ruinas de algunos permanecen hasta ahora. Reconstruyó el templo de Jerusalem aún con mayor magnificencia que el de Salomón, y erigió para si mismo, un esplendido palacio. Muchas otras mejoras se hicieron en la ciudad, como edificar un gran anfiteatro precisamente fuera de las murallas, y un teatro adentro. En estas empresas, Herodes dio verdadera evidencia de habilidad administrativa y de gusto arquitectónico. Probó que en diferente situación y con diverso temperamento, podría haber sido un gobernante verdaderamente grande.
3. Sin embargo, Herodes no habría de morir en paz, sino que cerró su despótico reinado en un estado de caos interno. Era natural, así, que tal estado de ánimo engendrase sospechas de todo lo que le rodeaba. Sus hijos de Mariana, Alejandro y Aristóbulo, fueron designados por él como sus sucesores. Fueron educados en Roma y preparados cuidadosamente para sus regios cargos; pero a su regreso a la corte de Herodes, por las envidiosas maquinaciones de Antípater, su hijo mayor, y de Salomé, se le hicieron sospechosos y fueron ejecutados. Poco más tarde supo que Antípater preparaba una conspiración contra su vida, por lo que lo encarceló y ejecutó después. Uno de los últimos actos de crueldad perpetrados por Herodes, fue el asesinato de inocentes de Bethlehem. Murió en atormentadora agonía por el año 4 A. C., después de un reinado de treinta y cuatro años.
De acuerdo con el testamento hecho por Herodes poco antes de su muerte, sus tres hijos entraron en posesión de sus reinos. Arquéalo se hizo rey de Judea (incluyendo Samaria e Idumea), Herodes Antipas llegó a ser tetrarca de Galilea y Perea, y Herodes Filipo, tetrarca de Traconite y regiones adyacentes.
III. Arquéalo
El único hecho que redime a su reinado fue que se empeñó en considerable número de construcciones. Después de diez años de administración trágicamente incompetente, fue desterrado y sus dominios pasaron a poder del emperador romano.
IV. Herodes Antipas
Las manchas más oscuras de su historia fueron su matrimonio ilegal con Herodias y el degüello de Juan el Bautista, a quien, como sabemos por Josefa, había encarcelado en Maquero. A él fue a quien Pilato le envió a Jesús para examinarlo (Lucas 23: 7-12). Herodias, en un ataque de celos hacia su hermano Agripa, persuadió a Antipas a ir con ella a Roma y pedir a Calígula, quien recientemente había llegado al trono, que le concediese el titulo de rey. Pero en vez de conseguir lo que buscaba, fue depuesto y desterrado.
V. Filipo
Sus dominios se mantuvieron en relativa paz y orden. Fue él, por todas sus diferencias, el mejor del Herodes. Schuerer resume toda su carrera diciendo que "su reinado fue dulce, justo y pacifico”.
LOS PRIMEROS PROCURADORES
Después del derrocamiento de Arquéalo, los judíos solicitaron ser relevados del gobierno de los Herodes. Prefirieron un gobernador nombrado directamente por Roma; sin embargo, no como política realmente deseable, sino como el menor de los males necesarios de la dominación pagana. De este modo Judea se colocó bajo la vigilancia del gobernador de Siria, y recibió un procurador.
La residencia del procurador estaba en Cesarea, aunque en ocasiones especial, particularmente durante las grandes fiestas, establecía sus oficinas temporalmente en Jersusalem, quizás porque la gran aglomeración de gente allí en ese tiempo, exigía su atención personal. En tales ocasiones vivía en el palacio de Herodes, en la parte occidental de la ciudad.
Muchos judíos hallaron empleo en la recaudación de estas contribuciones. Un individuo podría asegurarse el derecho de recaudar los tributos en determinado distrito, derecho por el cual pagaría al Gobierno Roano una cantidad estipulada por año, y cualquier renta superior a dicha suma que pudiese colectar, seria su propia ganancia.
Se suponía que habría un máximo fijado por la ley; pero era tan irregular, que se dejaba gran oportunidad a la extorsión. Estos recaudadores eran llamados en latín, la lengua oficial, publican, los “publícanos” de nuestro Nuevo Testamento, tan odiados por los judíos leales, tanto por ser extorsionados como por agentes de una potencia extranjera.
El procurador era comandante militar. Se ponía bajo su mando una fuerza de tropas provinciales, con la cual conservaba el orden y mantenía a sus dominios en sujeción. Estas tropas estaban acuarteladas en numerosos puntos, de modo que un solado romano era algo familiar en Judea.
La función judicial del procurador estuvo confinada casi totalmente a los casos de delitos capitales, dejándose todos los menores a la jurisdicción de los tribunales locales.
LOS ULTIMOS PROCURADORES
El odio racial de los judíos, y la crueldad y avaricia de los romanos, contribuyeron a crear una situación, cuyos horrores difícilmente pueden exagerarse.
De los procuradores de este periodo, Félix y Resto son los de mayor interés para el estudiante del Nuevo Testamento. Fue Félix quien puso a Pablo en prisión en Cesarea, durante dos años, por su esperanza de que “de parte de Pablo le serian dados dinero;… y ganar la gracia de los judíos” (Hecho 24:26,27). Esta breve nota descriptiva en los Hechos, es un epítome notablemente exacto del carácter del hombre. Y ante Festo, a quien acompañaba Agripa II. La expresión del carácter de estos dos funcionarios en la narración de los Hechos, esta en impresionante concordancia con lo que sabemos de ellos por otras fuentes.
Durante todo este periodo, desde 44 hasta 66 D. C., los judíos estuvieron en perpetuo estado de rabia y frenesí, preparándose para el sangriento drama que seria el periodo inmediato de su historia nacional. Fue cuando las condiciones se hacían más angustiosas cuando Pablo levantaba la colecta entre sus iglesias para los judíos cristianos desesperados en Jerusalem y alrededores. Su desamparo se debió probablemente, en parte, a los inciertos acontecimientos políticos
LOS BENEFICIOS DE LOS JUDIOS BAJO ROMA
Bajo Roma los judíos fueron tratados con mucha consideración mientras estuvieron sumisos al dominio romano. La religión llego a ser una de las reconocidas legalmente entre las del Imperio , lo cual significaba que estaba reconocida por las autoridades romanas y obviamente tener su protección .Se les permitió atender sus asuntos nacionales y privados en tanto mantuviesen la paz y se mantuvieran leales a Roma..
Tenían su propio cuerpo judicial y legislativo, el Sanedrín (Véase Instituciones judías).
La carga del tributo era intolerable, era asunto de gran molestia para los judíos legales, que veían como una desgracia nacional el ser obligado a hacer cualquier contribución, aunque fuese pequeña, a un gobernante gentil. Realmente los judíos vivieron mejor bajo el régimen romano que en cualquier otro tiempo desde la dominación persa. Pero el fanatismo de un exagerado celo religioso y exclusivismo racial, agitados por cierta clase de extremistas llamados Zelotes, mantuvieron al pueblo judío en perpetua agitación, y echaron leña al fuego del odio hasta que estalló la rebelión abierta, que finalmente resultó en el aniquilamiento de la nación. Si los judíos hubiesen cultivado el favor de Roma., su historia subsecuente podría haber sido diferente.
LA REBELION JUDIA
Los Zelotes (véase Zelotes) habían estado promoviendo fervientemente su propaganda por casi un siglo. La agitación había logrado los efectos que se pretendían. Había creado en el corazón del judaísmo patriótico un irreprimible odio hacia Roma y todo lo que en alguna forma representara a Roma. Fue durante este periodo de confusión cuando Santiago el hermano de Jesús haló su martirio por el año 62 D.C. muchas otras almas fieles descendieron a la muerte, sin que realmente tuviesen especial simpatía por Roma, sino porque se habían negado a participar en la insensata protesta de los guerrilleros.
La verdadera revolución estalló mientras procurador Floro (66 D.C. Este funcionario, avaro y sin escrúpulos, procuró despojar al templo de algunos de sus tesoros. Para vengar el insulto perpetrado así contra Jerusalén y todo Israel, Judea, tras breve intervalo de inútiles esfuerzos de arbitraje, se levantó en un poderoso, sangriento y desesperado esfuerzo para librarse del yugo romano. Mortandad y destrucción dominaron por todos lados.
Vespasiano, uno de los más grandes entre los generales romanos y más tarde emperador, fue enviado para dominar la rebelión. En rápida sucesión capturó las fortalezas que se habían preparado para la defensa. En Galilea, Josefa capituló tan pronto como los romanos lo atacaron. Al final del primer año de la guerra, Vespasiano estaba frente a Jerusalén. En esta coyuntura tuvo lugar un acont3ecimiento que se consideró habría de dar alguna ventaja a los revolucionarios. La muerte de Nerón produjo la confusión en la Ciudad Imperial, lo que ocasiono una cesación de hostilidades durante una temporada. Esto dio a los judíos una oportunidad para reorganizar sus fuerzas, pero en lugar de tomar ventaja de esta oportunidad, gastaron el tiempo en pequeña guerras civiles. Las tropas que se hallaban dentro de la ciudad se dividieron en varias facciones contendientes, que buscaban la sangre una de otras tan ferozmente como habían combatido con las avanzadas romanas.
Los Zelotes fueron reforzados por un ejército de idumeos, que introdujeron a la ciudad durante la noche, pero que muy pronto salieron, probablemente disgustados por la lucha civil entre los judíos. Gran número de las tropas de la defensa fue asesinado y valioso pertrechos se destruyeron de aquí que cuando Tito hijo deVespeciano y su sucesor en el mando, renovó el sitio con un ejercito de cuatro legiones de soldados regulares y muchas tropas auxiliares, los defensores de la ciudad no estaban preparados por resistir con éxito. Después de cinco meses de horrible sufrimiento, cayó Jerusalén y fue destruida por el conquistador romano. Numero considerable de los habitantes pereció por la espada, mientras muchos fueron tomados prisioneros para emplearse en los combates gladiatorios o para adornar la procesión triunfal del conquistador, que más tarde fue sofocada.
LA IDENTIDAD NACIONAL FUE SUPRIMIDA
El anterior resultado dejo una nación al margen de su desaparición como tal. La identidad nacional del judaísmo se esfumo totalmente y para nunca más volver. Las instituciones que le distinguían nacionalmente fueron suprimidas para siempre, como eran el Sanedrín y el Templo., y nunca más resurgieron. -Vale la pena recordar que los vasos del Templo fueron llevados a Roma y el Arco del triunfo elevado en Roma en honor a Tito describe el desfile y las pruebas de su victoria-.
Se tuvieron dos esfuerzos más por obtener mayores libertades y restablecerse. El primero por los judíos de Cirene, Egipto, Chipre y Mesopotamia, entre 115-117 d.C. Trajano los sometió con una gran matanza y más crueles restricciones. .La toma de Jerusalén fue el triunfo definitivo de la guerra, Rodiun, Macaerus, y por último Masada.
Una década después, bajo el Emperador Adriano hubo otra revolución entre los años 132-135 d. de J.C., la cual fue liderada por Bar-Cocba, quien se creía un Mesías y dirigió una horrenda insurrección, posiblemente ocasionada por el plan que tenía Adriano de edificar un santuario pagano en el lugar del Templo. Para sofocar la revolución los romanos aniquilaron los pocos restos de la nación y desataron una severa persecución a los judíos por todas las provincias del Imperio.
Palestina desde esa época fue totalmente propiedad de los romanos y Adriano plasmo su plan, reconstruyó la ciudad de Jerusalén como una ciudad gentil y la denominó Aelia Capitolina y se le prohibió a los judíos entrar en ella, prohibición que en los últimos siglos fue levantada. Sin embargo el judaísmo en Palestina llegó a su fin en el año 135 d. J.C.
En los inicios del siglo V A. C. mientras Grecia se preparaba para defenderse de la agresión de los persas, en la zona occidental de Italia. Una nueva potencia política emergía como designada a ser una gran protagonista en los hechos dados tanto en Palestina como en el mundo mediterráneo. Esta potencia era la nueva República Romana. El pueblo común o plebeyo, alcanzó tener parte el gobierno de la República después de una seria de disturbios motivado por el yugo de la monarquía dada dentro de un ambiente de oligarquía e inclinado a la clase rica o patricia.
Después de luchar con éxito contra los invasores bárbaros del norte, dominado a sus vecinos en la península itálica, en los comienzos del siglo III. A.C. , los romanos se habían consolidado como una potencia nacional, lo cual le aporto enemigos acérrimos como el imperio Cartaginés. Cartago encontró en un personaje llamado Aníbal un caudillo valiente, contra el cual Roma se organizo y lucho. Después de una seria de luchas, conocidas como Primera, Segunda, y Tercera Guerras Púnicas, Cartago claudicó y dejo a Roma, en 146 A C., como potencia absoluta del Occidente. Después de un siglo Roma por el año 63 A. C. , cuando el imbatible Pompeyo lideró a las legiones romanas a través de Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, sometiéndolas al dominio romano totalmente. Con la habilidad y planeación de Julio César, la República Romana en los últimos 50 años A.C., se transformo en el Imperio Romano.
Gracias a todas sus conquistas el Imperio Romano extendió sus dominios prácticamente a todo el mundo mediterráneo. Sus límites orientales extremos estaban conformados por el Río Eufrates, y hacia el oriente se extendía hasta el Océano Atlántico. Los dominios por el Norte llegaban hasta el Danubio y los limites meridionales de Escocia, y hacia el Sur, hasta el desierto de Sahara. Únicamente el Océano Atlántico al occidente y las áridas extensiones del gran desierto al Sur, habían logrado frenar el triunfal avance de las legiones romanas.
De esta forma y en esta manera el mundo mediterráneo se vio bajo el dominio de un solo gobierno y todo este enorme imperio cayo bajo el mando de un solo hombre, Augusto César (Octavio), quien alcanzó una eficiente organización y el establecimiento de una era de paz y seguridad. Con él el imperio romano hizo su aparición y logró lo máximo
LA ADMINISTRACION DEL IMPERIO ROMANO
Seria dificultoso exceder la calidad del gobierno romano en la disposición del mundo. Concluyó el máximo de un proceso que había estado en desarrollo durante más de dos siglos. Este transcurso fue comenzado por Alejandro el Grande. Posteriormente de que el conquistador macedonio hubo juzgado y unificado a las disgregas y celosas fracciones de los estados griegos, entro al Asia Menor en el año 334 A. de C. y comenzó una campaña que consumó una de las expresiones históricas más grandes de todos los tiempos – la penetración de la cultura griega en la vida oriental. Desde entonces, griegos y orientales avanzaron de la mano para conquistar espiritual y e intelectualmente al mundo. Pero muy al principio de su avance, la civilización greco oriental se enfrentó a un serio obstáculo, que ciertamente hubiera sido fatal de no haberla salvado una manifestación histórica paralela. El despedazamiento del imperio de Alejandro después de su temprana muerte, y el desorden político que lo siguió, dividieron al nuevo mundo grecooriental en varias facciones combatientes y se produjo la gradual desintegración de esa estructura del dominio helenístico, que el maravilloso genio del Alejandro había establecido tan ampliamente en tan breve tiempo. Pero ya hemos visto cómo Roma avanzó desde el occidente, primero a Macedonia y después hacia las comarcas asiáticas, uniendo los dispersos y deteriorados fragmentos del imperio Griego con una organización coherente. Así Roma salvó al decadente helenismo y éste correspondió dando a Roma los maravillosos poderes de su superior influencia culturar y religiosa. “Grecia cautiva sojuzgó a su captor”. Los romanos pronto acogieron la educación, la filosofía, el arte y la religión de Grecia. Desarrollando los efectos estabilizadores y organizadores de su administración imperial sobre el mundo helenístico, el imperio recuperó los decaídos efectos de la civilización griega y le abrió el camino para su perdurable progreso.
I. El Gobierno Central
La ocupación principal del emperador era la orientación del ejército que mantenía autoritariamente bajo su poder y esto le daba dominio sobre todas las cosas relacionadas con Roma o sus provincias. El Emperador asimismo podía elevar a alguno al “orden” de la clase necesaria para ocupar un lugar en el Senado, y entonces conseguir un puesto publico, al cesar del cual lograba su ingreso al senado. Además se hallaba entre las facultades del emperador remover a un senador si en su opinión este ultimo no cumplía adecuadamente sus deberes, o había comprometido o perdido su calidad. De aquí que el emperador tuviese poderes casi ilimitados sobre los miembros del senado. Además, los decretos del Senado estaban sujetos al veto del emperador. Es dificultoso entender cómo estos hechos constituyeron del Senado sólo algo más que un adorno, mientras el emperador era el indiscutible jefe de la nación. Los lugares del cónsul y tribuno, que eran oficios superemos del Estado en tiempos de la Republica, eran ahora poco más que vacíos premios de honor que habrían de ser concedidos por el Emperador a sus preferidos. El gobierno romano del siglo I era una monarquía dominante en todo, excepto el nombre.
II. El Gobierno de las Provincias
Las provincias habían alcanzado a ser posesiones de Roma, de diversas maneras. En los días de la República unas se habían unido mediante alianzas voluntarias. Otras habían sido anexas serenamente de tiempo en tiempo. Pero la gran mayoría de los estados dependientes habían sido ocupados por las invencibles legiones romanas, e incorporados por la fuerza militar.
Escasas provincias eran gobernadas por reyes servidores, que admitían la suprema autoridad de Roma y pagaban el tributo estipulado, como era el caso del Herodes del Nuevo Testamento. En la mayoría de los casos el regente era un gobernador, señalado por la autoridad romana, o por el Senado, o por el emperador, según el estado de la provincia. El deber del gobernador era mantener a la provincia bajo el dominio de Roma, recaudar los impuestos y administrar justicia, donde correspondía a la ley romana. Los infractores de la legislación local eran juzgados por tribunales del país. En caso de que el acusado fuese un ciudadano romano, sabía apelar al tribunal imperial de Roma. Por esta ley Pablo logró apelar a César.
Tenían dos clases de provincias: las senatoriales, eran aquellas cuyos gobernadores eran escogidos por el Senado, sujetos a la aprobación del emperador, tales como Acaya, Macedonia, Asia, Chipre y Creta. Sus gobernadores eran llamados “procónsules”. Las provincias imperiales estaban bajo la vigilancia directa del emperador, y sus gobernadores eran sus representantes. En las divisiones imperiales más grandes o más importantes, el gobernador era alguno que había sido miembro del Senado y se le conocía como “propretor”, mientras las más pequeñas eran gobernadas por “procuradores” de la clase de los caballeros. A la postrera clase pertenecía la provincia de Judea, de aquí que Pilato fuese un procurador. En el habla popular el titulo “gobernador” se aplicaba libremente a cualquier administrador provincial. Entre las provincias imperiales del silgo I se contaban Panfilia, Galacia, Cilicia y Siria. Judea era una provincia procuratorial bajo la vigilancia de la administración de Siria. El gobernador de una provincia poseía un concejo como gabinete consejero, constituido por antiguos magistrados y
Ciudadanos con poder de influencia
Interiormente de las provincias había habitualmente grupos de ciudadanos romanos, con frecuencia compuesta de solados veteranos, que se conocían como “colonias”. Quedaban establecidas usualmente en el lugar de alguna ciudad ya existente. A tales grupos partencia no solamente la ciudad, sino una pequeña extensión de los campos de alrededor. En su gobierno esas colonias eran prácticamente duplicadas de la Roma Imperial eran “pequeñas romas”. Entre las colonias romanas del siglo I, son familiares al estudiante del Nuevo Testamento: Cesarea, Listra, Antioquia de Pisidia, Troas, Filipo y Corinto. Tenían también ciudades que habían logrado privilegios especiales, y la administración liberado de su gobierno local. Este privilegio era concedido por Roma, bien en reconocimiento de algún servicio distinguido que hubiesen prestado al imperio, o por su situación civil al ser conquistadas. Eran conocidas como “ciudades libres”. Tesalónica era una de estas ciudades.
III. Los Impuestos
Al principio del reinado de Augusto César, a intervalos de 14 años, se levantaba un ceso del imperio romano con propósitos de fijar los impuestos. Unote estos censos fue el motivo de la visita de José y María a Bethlehem, al tiempo del nacimiento del Jesús, probablemente el año 8 A. de C. La principal fuente de ingresos era el impuesto sobre la tierra, pero hubo muchas formas de impuesto personal y especial, aún el gravamen a los viejos solterones.
Las rentas podían dividirse en dos clases: impuestos y tributos. Los impuestos, que eran derechos aplicados a diversas mercancías y servicios, se recaudaban bajo la vigilancia del gobierno local. Estos derechos se reunían por medio de agentes seleccionados de entre los habitantes de la provincia y se remitían al funcionario representante del imperio. Los tributos sobre la propiedad y la persona ya no se enajenaban, como al principio se habían hecho, sino que se colectaban bajo el cuidado inmediato de funcionarios romanos. Los gravámenes se pagaban, bien en dinero o en productos. Los tributos de Egipto se pagaban principalmente en grano; los de Palestina en monedas.
La suma de las contribuciones se gastaba en la administración del gobierno local y en servicios públicos y mejoras. También se empleaban en reparaciones y reconstrucciones en caso de terremoto, incendio u otro desastre. Un saldo considerable se enviaba a Roma. Los tributos de las provincias senatoriales iban a la tesorería del Senado, y se empleaban en costear los gastos de ese cuerpo y la administración de la provincia de Italia. Los de las provincias imperiales se enviaban al emperador y proveían para el mejoramiento y alimentación de la ciudad de Roma, la manutención del ejército y los gastos personales del emperador.
ROMA Y LA RELIGION
I. La Religión Nacional
Roma otorgo el valor a la religión y mantuvo el culto de los dioses nacionales. La religión original de Roma, era definitivamente politeísta. En realidad, la tendencia de los romanos era separar toda la cualidad del carácter y experiencia de la vida que pudiese ser concedida vagamente, y deificicarla. Esto produjo una gran multitud de dioses.
Roma reconoció el valor de la religión y creó las condiciones para ser fomentada por funcionares del Estado a expensas publicas. Sin embargo, el culto del Estado estaba principalmente dedicado a las deidades nacionales. Hubo multitud de divinidades cuyo culto estaba confinado a las localices particulares, o a los oficios, o a las familias. Prácticamente cada familia romana tenia sus deidades patrimoniales que estaban instaladas en un pequeño altar, y a las que se ofrecía alimento y guirnaldas en compensación por su protección al hogar. Era a los dioses de interés general, como los que tenían que ver con el clima, la cosecha o el triunfo en la batalla, a los que incumbía el culto causado por el Estado.
Se considera que no tenían idea alguna de la relación o trato individual con la divinidad. Los dioses eran adorados solamente para provocarlos a conceder buena fortuna a la nación y a la familia. Puesto que el hogar era considerado primordialmente como un instrumento del Estado, el incentivo religioso esencialmente del romano antiguo era el patriotismo. Los dioses eran fundamentalmente dioses del Estado, y beneficiaban al individuo solamente en cuanto concedían favor al Estado o a la familia como elemento del Estado. De aquí que la religión fuese principalmente un asunto gubernamental, y los dioses sólo agentes en el progreso del Imperio.
Justamente antes de iniciar la Era cristiana, como resultado de la influencia de la cultura y filosofía griegas y de nuevas influencias religiosas, el interés popular en la antigua religión de Roma comenzó a retroceder. Cuando se vio decaer a la religión nacional se hizo un rápido esfuerzo por el gobierno imperial para restaurar su poder sobre la imaginación del populacho. Se gastaron grandes sumas del tesoro público en el aumento del culto nacional. Pero este interés era puramente utilitario; en ningún sentido moral o espiritual. No habían en los círculos imperiales devoción alguna a la religión como religión. Hasta donde los emperadores creían en los dioses, su principal desvelo era anotarlos como aliados del Imperio. Esto era una interferencia natural del concepto fundamental de que la religión era un asunto nacional y los dioses, bienes nacionales. Consecuentemente, para el romano la religión no era sino uno más de los servidores de Roma. El supremo interés del gobierno romano era el progreso y la prosperidad del Estado, la religión era sólo uno de los factores empleados para tal fin. Si alguna religión dejaba de servir a ese propósito, el Emperador se manifestaba indiferente hacia ella; esta finalidad arrasaba sobre si la ira imperial y se consideraba digna de exterminio.
II. La Política hacia las Religiones Extranjeras
Roma era marcadamente indulgente hacia las religiones extranjeras si se atiende al estado de ilustración de ese tiempo. Pero la política imperial hacia la religión era meramente de pasividad y no de libertad religiosa. En su vigilancia de los mejores intereses del Estado, el emperador vigilaba las manifestaciones religiosas como lo hacia en todos los aspectos de la vida. Ninguna religión podía esperar lograr gran triunfo y al mismo tiempo escapara durante mucho tiempo de la observación del gobierno. “El Estado, de hecho, exige el derecho de decidir qué dioses pueden ser adorados y aunque no se preocupa acerca de las dictámenes particulares de un hombre, prescribe los objetos de adoración publica, y de tiempo en tiempo insiste en la debida reverencia que debe serles otorgada.” En la ejecución de esta política, las religiones del Imperio se ponían bajo dos clasificaciones, conocidas como religio licita (culto permitido) y religio illicita (culto no permitido). Una religio licita tenia el reconocimiento y, si era necesario, la protección del Gobierno. Por otro lado, la religio illicita no obtenía el reconocimiento del Estado o la protección del Estado. No era ilegal, sino “no legal”: estaba fuera del dominio de los asuntos romanos. Podía persistir indefinidamente, y sus devotos fervientemente promover su culto, pero hasta donde éste no daba evidencia alguna de amenaza, en ningún sentido, para la unidad o la paz del imperio, los funcionarios romanos no hacían esfuerzo alguno para molestarla. El cristianismo era una religio illicita, pero al principio fue considerada por Roma como simplemente una nueva rama del judaísmo, que era una religio licita. De aquí que durante las primeras décadas de su historia, el cristianismo escapó de la vigilancia del Gobierno Romano. La persecución más primitiva, la de Nerón en el año 64 D. de C., fue el antojo personal de un caprichoso monarca más que una política imperial establecida. Pero en la época de Domiciano (81-96) el cristianismo había alcanzado tal prominencia y fuerza numérica, que se temía que con el tiempo pusiese en peligro la integridad y perpetuidad del Imperio, de modo que lo que había sido simplemente una religión no legal llegó a considerarse como religión fuera de la ley.
III. El Culto de Emperador
Mientras las antiguas religiones nacionales de Grecia y de Roma habían llegado a estar totalmente atrofiadas en el siglo I, una influencia religiosa que partía de los círculos imperiales hacia sentir ampliamente. Esta era el culto del emperador romano promovida como actividad de intereses políticos por el gobierno romano. Negarse a participar en este culto oficial del emperador era dar muestras de deslealtad al Imperio y aún podía, si se persistía obstinadamente, ser interpretado como traición. Este hecho hizo que el culto del Emperador estorbase excesivamente a los primeros cristianos, y fue, frecuentemente, causa de grave persecución.
La base de apelación del culto del emperador difería en el occidente y en el oriente. En Roma misma, y así en el pensamiento de los emperadores, se basaba en la antigua idea romana del genius. El genio de una persona, institución o cosa, era un espíritu guardián representativo que perpetuaba la categoría particular a la que pertenecía su cargo. El genio del poder de Roma imperial precedía el destino de cada subsecuente emperador. Era este genio imperial el que elevaba al emperador al puesto de la divinidad. Generalmente el emperador romano no se consideraba seriamente como divino. “Sin duda Augusto, al dar su sanción al culto de su genio, no había pensado en edificación alguna de si mismo. Pero en el Oriente el caso era distinto. La psicología religiosa del Oriente era muy susceptible de recurrir a un hombre deificado. Desde un pasado muy remoto, los reyes habían sido considerados como seres divinos, y vistos con una reverencia que difícilmente podría distinguirse de la adoración. Alejandro había sido contemplado como un dios por sus pueblos conquistados, y Pompeyo había hecho impresión semejante. Así, la mente asiática no tenia dificultad alguna en levantar a cada emperador al pedestal de la deidad, y los emperadores no vacilaron en tomar ventaja de este rasgo psicológico. Como resultado el cristianismo oriental tuvo la más dura lucha con esta forma de oposición, particularmente en Asia Menor.
LOS EMPERADORES ROMANOS
El propósito de esta exposición nos lleva a ocuparnos aquí solamente del carácter de los emperadores del Siglo I y de su relación con la historia del cristianismo del Nuevo Testamento. Por lo tanto, los mencionaremos en sucesión cronológica e indicaremos brevemente su relación con los acontecimientos de la historia cristiana del Primer Siglo.
I. Augusto César (31 A. C a 14 D. C.)
Después del establecimiento de la Republica, A gusto fue el primer caudillo romano que tuvo éxito en mantener por un tiempo largo su puesto como gobernante del pueblo romano. La experiencia con sus gobernantes en su historia primitiva había hecho a la palabra rey intolerablemente detestable para los romanos, de tal modo que no admitían insinuación alguna de ambición por la corona, de parte de alguno de sus caudillos. Aun cuando Augusto llegó a una posición segura de poder supremo, tuvo cuidado de no aceptar el odioso titulo de rey, pero insistió en ser conocido como “imperator”, la voz latina que se ha convertido en nuestro vocablo emperador y que denotaba al comandante en jefe de las fuerzas militares. Podemos observar, por las fechas que limitan su reinado, que Augusto era emperador cuando nuestro Señor nació en Bethlehem. Su nombre se menciona especialmente en Lucas 2:1. El fue quien designó a Herodes como rey de Judea. Después de la muerte de Herodes, Augusto dividió el reino de Palestina entre los tres hijos de aquel, aunque más tarde depuso y desterró a Arquéalo, poniendo a Judea en manos de un procurador. Augusto fue el más grande de los emperadores romanos, y uno de los más grandes estadistas de todos los tiempos. Estableció en el mundo romano el reinado de la paz, la famosa Pax Romana, y en un sentido muy significativo preparó el camino para el extraordinario entendimiento de la religión cristiana.
II. Tiberio (14 a 37 D. C)
Tiberio prometía, al principio de su reinado, llegar a ser un gobernante como su gran predecesor, pero después de pocos años se precipitó en una política de crueldad y despotismo. Fue él quien designó a Poncio Pilato como gobernador de Judea. La prolongada administración de Pilato en Judea se debió no a su eficiencia o popularidad, sino a la política de Tiberio en su trato con sus gobernadores. Consideraba mejor dejar a un gobernador durante un largo periodo, basándose en que bajo esta circunstancia, no habría tan gran tentación de despojar y robar a sus súbditos para enriquecerse durante su breve periodo como funcionario. Tiberio era en la época de su muerte, el admirado patrón y protector de Herodes Antipas. Agripa I ocasionó su disgusto y fue desterrado por él durante un tiempo, y aprisionado en cadenas en otra ocasión. El cristianismo había alcanzado tan reducida importancia durante su reinado que es casi imposible que pudiese haber sido notado por él.
III. Calígula (37 a 41 D. C)
Este fue uno de los más crueles y libertinos de los emperadores romanos. Era fanático y déspota. Los judíos de Alejandría que habían sufrido un ataque de los habitantes gentiles, apelaron a Calígula en busca de justicia, pero en respuesta solamente recibieron insultos. Tomó seriamente la designación artificial de divinidad de los emperadores romanos, y concibió la fanática creencia de que él era en la sombría realidad un dios en forma humana y determinó mantener su culto por si mismo en todo su reino. El culto del emperador había comenzado con Augusto, pero nunca había sido incrementado por tan extremas medidas y fanáticas exigencias como las adoptadas por Calígula, y nunca antes ni depuse con tan insensata vanidad. Los habitantes paganos de Jamnia, en Judea, construyeron un altar e instituyeron en suelo de Judea, el culto del emperador. Los judíos protestaron, y en respuesta a su protesta, Calígula ordenó que su imagen fuera colocada en el templo de Jerusalén, y pudo disuadírsele del temerario acto de sacrilegio solamente por la apremiante intercesión de agripa, que estaba en Roma en ese tiempo y en muy intimas relaciones con el Emperador. Fue Calígula quien restauró al fortuna del desventurado Agripa, y lo reinstaló en el varo imperial, concediéndole un reino. Desterró a Antipas y añadió sus reinos al dominio de Agripa. Calígula murió asesinado.
IV. Claudio (41 a 54 D. C.)
Claudio era débil de cuerpo y de espíritu, peor a pesar de esto, su reinado fue de prosperidad, y en los primeros años, de paz. Abarcó la mayor parte de las actividades misioneras de Pablo, y conservó al mundo ordenadamente, mientras Pablo predicaba. Fue ésta, por supuesto, una contribución muy inconsciente de parte de Claudio. Llegó a ser amigo y protector de Agripa I, a quien concedió el titulo de rey y el dominio de la mayor parte del territorio incluido originalmente en los dominios de Antipas y Filipo, tanto como la antigua provincia de Judea. En el año 52 fu ofendido por los judíos de Roma, probablemente debido a las agitaciones surgidas entre ellos por el cristianismo, y arrojó de la ciudad a muchos de ellos, entre quienes estaban Priscila y Aquila.
V. Nerón (54 a 78 D. C)
Este monarca conserva la no envidiable distinción de haber sido el más despóticamente cruel de todos los emperadores romanos. Impulsado por motivos de egoísmo había incendiado una gran parte de la Ciudad de Roma en el año 64 D. C. Tan fuerte fue la reacción del sentimiento popular, que Nerón comenzó a temer por su seguridad personal, y para librarse de las sospechas que recaían sobre él mismo, acusó a los cristianos de ese crimen. Se precipitó una persecución muy cruel. “Nerón prestó sus jardines para exhibir las torturas de las desventuradas victimas, y en la noche alumbró sus terrenos con las llamas de los cristianos que se consumían en las hogueras.” Esta persecución al principio fue local, pero más tarde se extendió, en ataques esporádicos, a otras partes del Imperio. Fue durante esta persecución cuando Pablo y Pedro sufrieron el martirio. Nerón fue el emperador que primero continuó con la guerra para reprimir la rebelión judía en Palestina. Tuvo un fin trágico. Llegó a ser tan impopular, que fue condenado por el Senado Romano, y sabia que el veredicto de esta asamblea se mantendría, porque tenia consigo la simpatía casi unánime del pueblo. En su confusión y pesadumbre se quitó la vida.
VI. Galba, Otón y Vitelio (68 a 69 D. C.)
Después de la muerte de Nerón, reinó la confusión en Roma por espacio de dos años. Tres generales de los ejércitos romanos, en rápida sucesión, se apoderaron del trono, cada uno obligado por su sucesor a abandonarlo y entregando su propia vida como premio de su ambición.
VII. Vespasiano (69 a 79 D. C. )
Finalmente Vespasiano, comandante de las legiones romanas de Siria y Judea, fue proclamado emperador por su ejército, el más poderoso del Imperio en ese tiempo, y logró establecerse en el puesto imperial. Había estado durante algún tiempo empeñado en guerra con los judíos, y, al llegar al trono, envió a su hijo Tito para dominar la rebelión. Tito capturó y destruyó a Jerusalén en el año 70 D. C.
VIII. Tito (79 a 81 D. C.)
El reinado de este emperador, hijo de Vespasiano ya mencionado, fue breve y pacifico y sin ninguna relación posterior de importancia con la historia cristiana.
IX. Domiciano (81 a 96 D. C)
En Domiciano tenemos una combinación de habilidad administrativa y tiránica crueldad. Los primeros años de su reinado fueron claramente suaves y pacíficos, pero creció en impopularidad y aumentó su sed de sangre. Al principio prestó poca atención al movimiento cristiano, pero en los últimos años, especialmente los dos últimos de su reinado, impulsó la persecución de los cristianos con ferocidad inflexible. Las más antiguas tradiciones dan testimonio de que, durante este periodo, Juan el Apóstol estuvo desterrado en la Isla de Patmos y escribió la Revelación. Es posible que casi al principio de su reinado (85 a 90) se escribiese el libro de los Hebreos. Exactamente después de terminarse el reinado de Domiciano, el Apóstol Juan murió en Efeso, dando fin al periodo que denominamos la Edad Apostólica.
LA DINASTIA IDUMEA
De hecho, Jerusalem había estado todo este tiempo bajo el dominio de Antípater, quien puede considerarse propiamente como el primer gobernante de la dinastía idumea. Esta línea real produjo a Herodes, quien tan frecuentemente aparece en la historia del Nuevo Testamento.
I. Antípater
Los idumeos eran sucesores de los edomitas, descendientes tradicionales de Esaú. En las campañas de Juan Hircano, Idumea fue anexada a Judea y su pueblo obligado a someterse al rito de la circuncisión, convirtiéndose así nominalmente en judíos. Antipas, padre de Antípater, fue designado gobernador de Idumea por Alejandro Janeo. Fue sucedido por Antípater, quien demostró ser un caudillo astuto, ambicioso y de grandes recursos. Dos hechos mostraron la astucia del hombre. Por una parte, adoptó la causa de la parte más débil de la familia Asmonea, porque sabía que el obstinado y agresivo Aristóbulo nunca le permitiría sujetar las riendas del poder: mientras, por el otro lado, cortejó a los sucesivos conquistadores romanos y obtuvo su favor, sabiendo que con su apoyo podría vencer toda clase de oposición. Tuvo éxito en hacerse “indispensable tanto al débil sacerdote Hircano como a los poderosos jefes de la República Romana”. Ya hemos visto cómo, utilizando a Hircano como instrumento, se apoderó del gobierno de Judea. Hircano era sumo sacerdote y gobernante nominal; Antípater realmente administraba los negocios. Bajo Julio César logró el protectorado de toda Palestina. Cuando se aseguró en la soberanía, procedió a conferir altos honores a sus hijos, Fasel y Herodes, designando al primero, gobernador militar de Judea y al último, Tetrarca de Galilea. Pero en medio de sus bien forjados planes de progreso, fue envenenado por una fanático judío.
II. Herodes
La mención de este nombre levanta ante nuestra visión mental otro nombre que está sobre cualquier otro, JESUCRISTO, el Salvador del mundo; porque fue mientras aún estaba en el trono Herodes, cuando Jesús nació en Bethlehem de Judea. El sanguinario reinado de este dramático gobernante puede dividirse en tres periodos: Lucha por la supremacía, administración progresista y caos interno.
1. Después de la muerte de Antípater, Judea se abandonó en manos de Fasel, y Galilea quedó bajo el dominio de Herodes. Pero días difíciles aparecían ante los dos hermanos. Julio César había sido asesinado a causa de la República se había perdido en Filipos. Así, los idumeos fueron arrojados al lado de los vencidos en la rivalidad de Roma. Eran odiados por sus súbditos como gobernantes extranjeros e impostores. Antígono, hijo de Aristóbulo II, pidió la ayuda de los partos y tomó Jerusalem. Fasel fue capturado y desesperado de la causa, se suicidó. Pero Herodes no pudo ser sometido tan fácilmente. Evadió a sus enemigos y después de muchas dificultades y privaciones llegó a Roma, donde pidió a Antonio que diese el trono de Judea al joven Aristóbulo, hijo de Alejandro.
Volvió a Palestina con un pequeño ejército romano, reunió otras fuerzas que simpatizaban con su causa, y logró la captura de Jerusalem en el año 37 A. C.
Después de que Octavio (Augusto César) alcanzó la supremacía del Imperio por su victoria en Accio, Herodes obtuvo de él la promesa de su amistad y protección. Mariana, su hermosa y amadísima esposa, fue acusada de infidelidad por su hermana Salomé y condenada a muerte. Su trágico destino pronto se repitió en la ejecución de su orgullosa y sagaz madre.
2. Llegó a ser ostensible (y quizás realmente) protector entusiasta de la cultura y el arte, e indujo a varios eruditos a establecer su residencia en su reino. No provocó guerra alguna no necesaria, dando así, al país, oportunidad para desenvolverse.
En su programa de reconstrucción, Herodes demostró cierta verdadera habilidad de estadista. Decidió la fundación de varias ciudades nuevas, la principal de las cuales fue Cesarea, denominada así por su patrono, Octavio. La ciudad de Samaria fue mejorada y engrandecida, se edificó en ella un hermoso templo, después de lo cual se cambió el nombre de la ciudad por el de Sebaste (nombre griego correspondiente a “Augusto”), en honor del emperador romano. Construyó nuevos fuertes para la defensa de sus dominios, y los edificó tan bien, que las ruinas de algunos permanecen hasta ahora. Reconstruyó el templo de Jerusalem aún con mayor magnificencia que el de Salomón, y erigió para si mismo, un esplendido palacio. Muchas otras mejoras se hicieron en la ciudad, como edificar un gran anfiteatro precisamente fuera de las murallas, y un teatro adentro. En estas empresas, Herodes dio verdadera evidencia de habilidad administrativa y de gusto arquitectónico. Probó que en diferente situación y con diverso temperamento, podría haber sido un gobernante verdaderamente grande.
3. Sin embargo, Herodes no habría de morir en paz, sino que cerró su despótico reinado en un estado de caos interno. Era natural, así, que tal estado de ánimo engendrase sospechas de todo lo que le rodeaba. Sus hijos de Mariana, Alejandro y Aristóbulo, fueron designados por él como sus sucesores. Fueron educados en Roma y preparados cuidadosamente para sus regios cargos; pero a su regreso a la corte de Herodes, por las envidiosas maquinaciones de Antípater, su hijo mayor, y de Salomé, se le hicieron sospechosos y fueron ejecutados. Poco más tarde supo que Antípater preparaba una conspiración contra su vida, por lo que lo encarceló y ejecutó después. Uno de los últimos actos de crueldad perpetrados por Herodes, fue el asesinato de inocentes de Bethlehem. Murió en atormentadora agonía por el año 4 A. C., después de un reinado de treinta y cuatro años.
De acuerdo con el testamento hecho por Herodes poco antes de su muerte, sus tres hijos entraron en posesión de sus reinos. Arquéalo se hizo rey de Judea (incluyendo Samaria e Idumea), Herodes Antipas llegó a ser tetrarca de Galilea y Perea, y Herodes Filipo, tetrarca de Traconite y regiones adyacentes.
III. Arquéalo
El único hecho que redime a su reinado fue que se empeñó en considerable número de construcciones. Después de diez años de administración trágicamente incompetente, fue desterrado y sus dominios pasaron a poder del emperador romano.
IV. Herodes Antipas
Las manchas más oscuras de su historia fueron su matrimonio ilegal con Herodias y el degüello de Juan el Bautista, a quien, como sabemos por Josefa, había encarcelado en Maquero. A él fue a quien Pilato le envió a Jesús para examinarlo (Lucas 23: 7-12). Herodias, en un ataque de celos hacia su hermano Agripa, persuadió a Antipas a ir con ella a Roma y pedir a Calígula, quien recientemente había llegado al trono, que le concediese el titulo de rey. Pero en vez de conseguir lo que buscaba, fue depuesto y desterrado.
V. Filipo
Sus dominios se mantuvieron en relativa paz y orden. Fue él, por todas sus diferencias, el mejor del Herodes. Schuerer resume toda su carrera diciendo que "su reinado fue dulce, justo y pacifico”.
LOS PRIMEROS PROCURADORES
Después del derrocamiento de Arquéalo, los judíos solicitaron ser relevados del gobierno de los Herodes. Prefirieron un gobernador nombrado directamente por Roma; sin embargo, no como política realmente deseable, sino como el menor de los males necesarios de la dominación pagana. De este modo Judea se colocó bajo la vigilancia del gobernador de Siria, y recibió un procurador.
La residencia del procurador estaba en Cesarea, aunque en ocasiones especial, particularmente durante las grandes fiestas, establecía sus oficinas temporalmente en Jersusalem, quizás porque la gran aglomeración de gente allí en ese tiempo, exigía su atención personal. En tales ocasiones vivía en el palacio de Herodes, en la parte occidental de la ciudad.
Muchos judíos hallaron empleo en la recaudación de estas contribuciones. Un individuo podría asegurarse el derecho de recaudar los tributos en determinado distrito, derecho por el cual pagaría al Gobierno Roano una cantidad estipulada por año, y cualquier renta superior a dicha suma que pudiese colectar, seria su propia ganancia.
Se suponía que habría un máximo fijado por la ley; pero era tan irregular, que se dejaba gran oportunidad a la extorsión. Estos recaudadores eran llamados en latín, la lengua oficial, publican, los “publícanos” de nuestro Nuevo Testamento, tan odiados por los judíos leales, tanto por ser extorsionados como por agentes de una potencia extranjera.
El procurador era comandante militar. Se ponía bajo su mando una fuerza de tropas provinciales, con la cual conservaba el orden y mantenía a sus dominios en sujeción. Estas tropas estaban acuarteladas en numerosos puntos, de modo que un solado romano era algo familiar en Judea.
La función judicial del procurador estuvo confinada casi totalmente a los casos de delitos capitales, dejándose todos los menores a la jurisdicción de los tribunales locales.
LOS ULTIMOS PROCURADORES
El odio racial de los judíos, y la crueldad y avaricia de los romanos, contribuyeron a crear una situación, cuyos horrores difícilmente pueden exagerarse.
De los procuradores de este periodo, Félix y Resto son los de mayor interés para el estudiante del Nuevo Testamento. Fue Félix quien puso a Pablo en prisión en Cesarea, durante dos años, por su esperanza de que “de parte de Pablo le serian dados dinero;… y ganar la gracia de los judíos” (Hecho 24:26,27). Esta breve nota descriptiva en los Hechos, es un epítome notablemente exacto del carácter del hombre. Y ante Festo, a quien acompañaba Agripa II. La expresión del carácter de estos dos funcionarios en la narración de los Hechos, esta en impresionante concordancia con lo que sabemos de ellos por otras fuentes.
Durante todo este periodo, desde 44 hasta 66 D. C., los judíos estuvieron en perpetuo estado de rabia y frenesí, preparándose para el sangriento drama que seria el periodo inmediato de su historia nacional. Fue cuando las condiciones se hacían más angustiosas cuando Pablo levantaba la colecta entre sus iglesias para los judíos cristianos desesperados en Jerusalem y alrededores. Su desamparo se debió probablemente, en parte, a los inciertos acontecimientos políticos
LOS BENEFICIOS DE LOS JUDIOS BAJO ROMA
Bajo Roma los judíos fueron tratados con mucha consideración mientras estuvieron sumisos al dominio romano. La religión llego a ser una de las reconocidas legalmente entre las del Imperio , lo cual significaba que estaba reconocida por las autoridades romanas y obviamente tener su protección .Se les permitió atender sus asuntos nacionales y privados en tanto mantuviesen la paz y se mantuvieran leales a Roma..
Tenían su propio cuerpo judicial y legislativo, el Sanedrín (Véase Instituciones judías).
La carga del tributo era intolerable, era asunto de gran molestia para los judíos legales, que veían como una desgracia nacional el ser obligado a hacer cualquier contribución, aunque fuese pequeña, a un gobernante gentil. Realmente los judíos vivieron mejor bajo el régimen romano que en cualquier otro tiempo desde la dominación persa. Pero el fanatismo de un exagerado celo religioso y exclusivismo racial, agitados por cierta clase de extremistas llamados Zelotes, mantuvieron al pueblo judío en perpetua agitación, y echaron leña al fuego del odio hasta que estalló la rebelión abierta, que finalmente resultó en el aniquilamiento de la nación. Si los judíos hubiesen cultivado el favor de Roma., su historia subsecuente podría haber sido diferente.
LA REBELION JUDIA
Los Zelotes (véase Zelotes) habían estado promoviendo fervientemente su propaganda por casi un siglo. La agitación había logrado los efectos que se pretendían. Había creado en el corazón del judaísmo patriótico un irreprimible odio hacia Roma y todo lo que en alguna forma representara a Roma. Fue durante este periodo de confusión cuando Santiago el hermano de Jesús haló su martirio por el año 62 D.C. muchas otras almas fieles descendieron a la muerte, sin que realmente tuviesen especial simpatía por Roma, sino porque se habían negado a participar en la insensata protesta de los guerrilleros.
La verdadera revolución estalló mientras procurador Floro (66 D.C. Este funcionario, avaro y sin escrúpulos, procuró despojar al templo de algunos de sus tesoros. Para vengar el insulto perpetrado así contra Jerusalén y todo Israel, Judea, tras breve intervalo de inútiles esfuerzos de arbitraje, se levantó en un poderoso, sangriento y desesperado esfuerzo para librarse del yugo romano. Mortandad y destrucción dominaron por todos lados.
Vespasiano, uno de los más grandes entre los generales romanos y más tarde emperador, fue enviado para dominar la rebelión. En rápida sucesión capturó las fortalezas que se habían preparado para la defensa. En Galilea, Josefa capituló tan pronto como los romanos lo atacaron. Al final del primer año de la guerra, Vespasiano estaba frente a Jerusalén. En esta coyuntura tuvo lugar un acont3ecimiento que se consideró habría de dar alguna ventaja a los revolucionarios. La muerte de Nerón produjo la confusión en la Ciudad Imperial, lo que ocasiono una cesación de hostilidades durante una temporada. Esto dio a los judíos una oportunidad para reorganizar sus fuerzas, pero en lugar de tomar ventaja de esta oportunidad, gastaron el tiempo en pequeña guerras civiles. Las tropas que se hallaban dentro de la ciudad se dividieron en varias facciones contendientes, que buscaban la sangre una de otras tan ferozmente como habían combatido con las avanzadas romanas.
Los Zelotes fueron reforzados por un ejército de idumeos, que introdujeron a la ciudad durante la noche, pero que muy pronto salieron, probablemente disgustados por la lucha civil entre los judíos. Gran número de las tropas de la defensa fue asesinado y valioso pertrechos se destruyeron de aquí que cuando Tito hijo deVespeciano y su sucesor en el mando, renovó el sitio con un ejercito de cuatro legiones de soldados regulares y muchas tropas auxiliares, los defensores de la ciudad no estaban preparados por resistir con éxito. Después de cinco meses de horrible sufrimiento, cayó Jerusalén y fue destruida por el conquistador romano. Numero considerable de los habitantes pereció por la espada, mientras muchos fueron tomados prisioneros para emplearse en los combates gladiatorios o para adornar la procesión triunfal del conquistador, que más tarde fue sofocada.
LA IDENTIDAD NACIONAL FUE SUPRIMIDA
El anterior resultado dejo una nación al margen de su desaparición como tal. La identidad nacional del judaísmo se esfumo totalmente y para nunca más volver. Las instituciones que le distinguían nacionalmente fueron suprimidas para siempre, como eran el Sanedrín y el Templo., y nunca más resurgieron. -Vale la pena recordar que los vasos del Templo fueron llevados a Roma y el Arco del triunfo elevado en Roma en honor a Tito describe el desfile y las pruebas de su victoria-.
Se tuvieron dos esfuerzos más por obtener mayores libertades y restablecerse. El primero por los judíos de Cirene, Egipto, Chipre y Mesopotamia, entre 115-117 d.C. Trajano los sometió con una gran matanza y más crueles restricciones. .La toma de Jerusalén fue el triunfo definitivo de la guerra, Rodiun, Macaerus, y por último Masada.
Una década después, bajo el Emperador Adriano hubo otra revolución entre los años 132-135 d. de J.C., la cual fue liderada por Bar-Cocba, quien se creía un Mesías y dirigió una horrenda insurrección, posiblemente ocasionada por el plan que tenía Adriano de edificar un santuario pagano en el lugar del Templo. Para sofocar la revolución los romanos aniquilaron los pocos restos de la nación y desataron una severa persecución a los judíos por todas las provincias del Imperio.
Palestina desde esa época fue totalmente propiedad de los romanos y Adriano plasmo su plan, reconstruyó la ciudad de Jerusalén como una ciudad gentil y la denominó Aelia Capitolina y se le prohibió a los judíos entrar en ella, prohibición que en los últimos siglos fue levantada. Sin embargo el judaísmo en Palestina llegó a su fin en el año 135 d. J.C.
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