La situación social en Israel y Palestina era patriarcal. La familia hebrea era grande en número. La poligamia, aunque lícita en los casos en que la esposa era estéril, solamente estaba al alcance de los ricos. En la casa familiar vivían, además del marido, la esposa principal y las secundarias, los hijos e hijas de todas ellas, juntamente con los criados y esclavos.
Al conjunto familiar se le denominaba casa del padre, que era donde el gobernaba como señor absoluto y era el dueño y responsable de los bienes familiares. Los hijos varones eran sus herederos, mientras que las hijas aumentaban el patrimonio familiar con la dote o precio que los pretendientes pagaban al padre al comprarlas.
El padre era el único que tenía el derecho de disponer, dar órdenes, castigar, pronunciar oraciones, bendecir los alimentos y ofrecer sacrificios, además de ser el maestro de sus hijos. Como madre, la mujer era respetada y reverenciada porque los hijos son regalo y bendición de Dios, sobre todo si estos eran varones. Pero a pesar de ello, la mujer era diferente al varón en la cultura judaica y hebrea.
La mujer judía en tiempos de Jesús era considerada inferior al hombre por tener menos ventajas que el varón. Existía en aquel entonces una expresión que se repetía frecuentemente, y que decía: „mujeres, esclavos y niños‟. Como el esclavo judío y el niño menor de 13 años, la mujer se debía por completo a su dueño y señor: al padre, si es soltera; al marido, si es casada; al cuñado, si es viuda sin hijos (Deuteronomio 25:5-10). Si la mujer era soltera, estaba bajo la tutela de su padre y sólo él tenía la autoridad para casarla.
Sin embargo, el padre solamente podía hacerlo si ella daba su consentimiento explícito, decidiendo a quien quiere por esposo, lo cual estaba protegido por la Ley judía: “Tiene el hombre prohibido casar a su hija cuando es menor, hasta que crezca y diga a fulano yo quiero” (Talmud Babilónico, Tratado de Kidushin 81b.) Cuando ella se casa, el marido es el dueño de la mujer y ésta no puede disponer ni de los ingresos de su trabajo, ni de lo que pudiera llegar a encontrar.
La mujer no recibía instrucción religiosa ya que se suponía que era incapaz de comprenderla. Las escuelas eran solamente para varones. Además, las mujeres no podían ser testigos en un tribunal, ya que se pensaba que su testimonio carecía de valor por su inclinación a la mentira, argumentación que los judíos consideraban apoyada en el libro del Génesis: “Sara negó „no me he reído‟. Pero Aquel dijo: „no digas eso, que sí te has reído” (Génesis 18:15).
En las grandes casas de las ciudades y entre las familias acomodadas, la mujer permanecía en el gineceo, la parte de la casa destinada a las mujeres, y sólo podían mostrarse en público con la cara tapada, cubierta con dos velos atados en la cabeza, para que no se pudieran distinguir los rasgos de su rostro. En los pueblos y entre las familias sencillas existía menos rigor en este aspecto.
Las reglas de educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, sobre todo si ésta era casada; incluso mirar a una mujer casada o también saludarla. Una mujer no debía estar sola trabajando en el campo, sino que lo normal es que trabajaran juntas tres o más de ellas. Lo mismo ocurría cuando tenían que ir al pozo a buscar agua.
La esposa o las hijas tenían el deber de lavar al padre su cara, manos y pies. Pero el judío varón no podía exigir esto a otro hombre, ni siquiera a un esclavo judío; solamente a un esclavo no judío.
Las mujeres judías eran consideradas impuras durante el tiempo de la menstruación y ni tan siquiera se las podía tocar. Después del parto tenían que ofrecer un sacrificio en el Templo para ser purificadas.
Cuando había un banquete en la casa, las mujeres no tomaban parte en el mismo y ni tan siquiera podían servir la comida, ya que se temía que escuchasen las conversaciones y no fuesen discretas. Únicamente se les permitía asistir a la cena del sábado y al banquete de Pascua.
Si alguna mujer casada preguntaba alguna cosa, se le debía responder lo más brevemente posible. Todo esto estaba amparado por una cita bíblica: “Jamás te sientes junto a una mujer casada, ni bebas vino con ella en la mesa, no sea que tu corazón se enamore de ella y tu pasión te lleve a la ruina” (Eclesiástico 9:9).
afabrag46@gmail.com
Excelente publicación, le referiré para una clase!!
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