En la parte posterior del Templo existía un patio reservado únicamente para las mujeres judías, en donde no había ningún tipo de contacto con hombres y donde ellas no eran tomadas en cuenta. Sólo se celebraba el culto en la Sinagoga cuando estaban presentes un mínimo de diez hombres, y jamás se contaba con las mujeres, por muchas que estuvieran presentes.
Las mujeres estaban exentas de peregrinar a Jerusalén en las grandes fiestas del año, a lo cual sí estaban obligados los varones; los que vivían lejos de Jerusalén debían acudir al Templo por lo menos en una ocasión al ano. Ellas ni tan siquiera eran aptas para pronunciar la acción de gracias en las comidas, pero sí estaban obligadas a cumplir con todas las prohibiciones de la Ley religiosa, así como a cumplir con todo rigor la legislación civil y penal.
La conciencia de la superioridad religiosa masculina estaba muy extendida en tiempos de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, no sólo entre los judíos, sino también entre griegos y romanos. El hombre griego estaba agradecido a los dioses por la suerte de haber nacido humano y no bestia, griego y no bárbaro, libre y no esclavo, hombre y no mujer. Y entre los judíos corría un dicho que decía: „Bienaventurado aquel cuyos hijos son varones, y ay! de aquel cuyos hijos son hembras‟.
En la oración que los judíos de la época de Jesús hacían en la Sinagoga, por tres veces el hombre judío agradece a Dios el hecho de que no le hubiera creado pagano, esclavo o mujer. Así consta en este comentario judío: ‘Rabí Yehuda dice que deben decirse tres plegarias cada día: bendito sea Yahvé, que no me ha hecho pagano; bendito sea Yahvé, que no me ha hecho mujer; bendito sea Yahvé, que no me ha hecho ignorante‟.
En la lengua en que fue escrito el Antiguo Testamento, el hebreo, las palabras piadoso (hasid), justo (saddiq) y santo (qados), no tienen equivalencia en femenino.
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