Alexix carrel
Tenemos conciencia de existir, de poseer una actividad propia, una personalidad. Nos sentimos diferentes de todos los otros individuos. Creemos determinarnos libremente. Somos felices o desgraciados. Estas intuiciones constituyen para cada uno de nosotros la última realidad.
Nuestros estados de conciencia corren en el tiempo como un río a lo largo de un valle. Y lo mismo que el río, somos a un tiempo cambio y permanencia. Mucho más que los otros animales, somos independiente de nuestro medio. Nuestra inteligencia nos ha librado de él. El hombre es ante todo el inventor de las armas, de los útiles y de las máquinas, y con ayuda de estas invenciones ha podido manifestar sus caracteres propios que le distinguen de todos los otros seres vivos. Estos caracteres los ha expresado de manera objetiva por medio de estatuas, templos, teatros catedrales, hospitales, universidades, laboratorios y fábricas. Ha señalado de este modo la superficie de la tierra con el sello de sus actividades fundamentales, es decir, de su sentido estético y religioso, de su sentido moral; de su inteligencia y de su curiosidad científica.
Este núcleo de potentes actividades, podemos mirarlo desde dentro o desde fuera. Visto desde dentro, muestra al único observador que es cualquiera de nosotros mismos, nuestros pensamientos, nuestras tendencias nuestros deseos, nuestras alegrías, nuestros dolores. Visto desde fuera, parece como el cuerpo humano, el nuestro, desde luego, y también el de nuestros semejantes. Tiene, pues, dos aspectos totalmente diferentes por lo que ha sido considerado como constituido de dos partes, el cuerpo y el alma. Pero jamás se ha observado un alma sin cuerpo, ni un cuerpo sin alma. De nuestro cuerpo vemos la superficie exterior, sentimos el oscuro bienestar de su funcionamiento normal, pero no tenemos conciencia de ninguno de sus órganos. El cuerpo obedece a mecanismos que nos resultan enteramente ocultos. No los muestra sino a aquellos que conocen las técnicas de la anatomía y de la fisiología. Manifiesta entonces, bajo su sencillez, una complejidad portentosa, sin que nos haya permitido contemplarlo nunca a la vez en su aspecto exterior y público y en su aspecto interior y privado. Pero si nos enrolamos en el inexplicable laberinto del cerebro y de las funciones nerviosas, no encontraremos la conciencia en parte alguna. El alma y el cuerpo son creaciones de nuestros métodos de observación y, están tallados por ellos en un todo indivisible. Este todo es a la vez un conjunto de tejidos, líquidos orgánicos y conciencia. Se extiende simultáneamente en el espacio y en el tiempo. Llena las tres dimensiones del espacio y la del tiempo con su masa heterogénea, pero no está comprendido en forma total en estas cuatro dimensiones, pues la conciencia se encuentra, a la vez, en la materia cerebral y fuera del “continuum” físico. El ser humano es demasiado complejo para ser asido por nosotros en su conjunto. No podemos estudiarlo, sino después de haberlo reducido a fragmentos por medio de nuestros procedimientos de observación. Es, pues, una necesidad metodológica, describirlo como compuesto de un “substratum” corporal y de diferentes actividades, y también considerar separadamente los aspectos temporal, adaptable e individual de esas actividades. Por lo demás, es preciso evitar caer en los errores clásicos de describirlo como si constituyese un cuerpo o una conciencia o una asociación de ambos y creer, por consiguiente, en la existencia real de las partes que en él dividen nuestro pensamiento.
-c.III,I
Tenemos conciencia de existir, de poseer una actividad propia, una personalidad. Nos sentimos diferentes de todos los otros individuos. Creemos determinarnos libremente. Somos felices o desgraciados. Estas intuiciones constituyen para cada uno de nosotros la última realidad.
Nuestros estados de conciencia corren en el tiempo como un río a lo largo de un valle. Y lo mismo que el río, somos a un tiempo cambio y permanencia. Mucho más que los otros animales, somos independiente de nuestro medio. Nuestra inteligencia nos ha librado de él. El hombre es ante todo el inventor de las armas, de los útiles y de las máquinas, y con ayuda de estas invenciones ha podido manifestar sus caracteres propios que le distinguen de todos los otros seres vivos. Estos caracteres los ha expresado de manera objetiva por medio de estatuas, templos, teatros catedrales, hospitales, universidades, laboratorios y fábricas. Ha señalado de este modo la superficie de la tierra con el sello de sus actividades fundamentales, es decir, de su sentido estético y religioso, de su sentido moral; de su inteligencia y de su curiosidad científica.
Este núcleo de potentes actividades, podemos mirarlo desde dentro o desde fuera. Visto desde dentro, muestra al único observador que es cualquiera de nosotros mismos, nuestros pensamientos, nuestras tendencias nuestros deseos, nuestras alegrías, nuestros dolores. Visto desde fuera, parece como el cuerpo humano, el nuestro, desde luego, y también el de nuestros semejantes. Tiene, pues, dos aspectos totalmente diferentes por lo que ha sido considerado como constituido de dos partes, el cuerpo y el alma. Pero jamás se ha observado un alma sin cuerpo, ni un cuerpo sin alma. De nuestro cuerpo vemos la superficie exterior, sentimos el oscuro bienestar de su funcionamiento normal, pero no tenemos conciencia de ninguno de sus órganos. El cuerpo obedece a mecanismos que nos resultan enteramente ocultos. No los muestra sino a aquellos que conocen las técnicas de la anatomía y de la fisiología. Manifiesta entonces, bajo su sencillez, una complejidad portentosa, sin que nos haya permitido contemplarlo nunca a la vez en su aspecto exterior y público y en su aspecto interior y privado. Pero si nos enrolamos en el inexplicable laberinto del cerebro y de las funciones nerviosas, no encontraremos la conciencia en parte alguna. El alma y el cuerpo son creaciones de nuestros métodos de observación y, están tallados por ellos en un todo indivisible. Este todo es a la vez un conjunto de tejidos, líquidos orgánicos y conciencia. Se extiende simultáneamente en el espacio y en el tiempo. Llena las tres dimensiones del espacio y la del tiempo con su masa heterogénea, pero no está comprendido en forma total en estas cuatro dimensiones, pues la conciencia se encuentra, a la vez, en la materia cerebral y fuera del “continuum” físico. El ser humano es demasiado complejo para ser asido por nosotros en su conjunto. No podemos estudiarlo, sino después de haberlo reducido a fragmentos por medio de nuestros procedimientos de observación. Es, pues, una necesidad metodológica, describirlo como compuesto de un “substratum” corporal y de diferentes actividades, y también considerar separadamente los aspectos temporal, adaptable e individual de esas actividades. Por lo demás, es preciso evitar caer en los errores clásicos de describirlo como si constituyese un cuerpo o una conciencia o una asociación de ambos y creer, por consiguiente, en la existencia real de las partes que en él dividen nuestro pensamiento.
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