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Entre los líquidos que constituyen el medio interior y el mundo de los tejidos y de los órganos, hay cambios químicos continuos. La actividad nutritiva es un modo de ser de las células, lo mismo que su forma y su estructura. Desde que cesa su nutrición, los órganos se ponen en equilibrio con su medio y mueren. Nutrición es sinónimo de existencia. Los tejidos vivos están ávidos de oxígeno y lo arrancan al plasma sanguíneo. Lo que significa, en términos psico-químicos, que poseen un poder reductor elevado, que un sistema complicado de ciertas químicas y de fermentos, les permite emplear el oxígeno atmosférico con sus reacciones productoras de energía. Gracias al oxígeno, al hidrógeno y al carbono que reciben de los azúcares y de las grasas, las células vivas están provistas de la energía mecánica necesaria al mantenimiento de su estructura y a sus movimientos; de la energía eléctrica que se manifiesta en todos los cambios de estado orgánico, y del calor indispensable a las reacciones químicas y a los procesos fisiológicos. Encuentran también en el plasma sanguíneo el ázoe, el azufre y el fósforo de los cuales se sirven para la construcción de nuevas células y para el crecimiento y la reparación de los órganos. Con ayuda de sus fermentos, dividen en fragmentos más y más pequeños, las proteínas, el azúcar y las grasas de su medio, utilizando la energía de los cuerpos más complicados, de un poder potencial energético más alto, que incorporan a su propia sustancia.
La intensidad de los cambios químicos, del metabolismo de los grupos celulares y del ser viviente entero, es la expresión de la intensidad de la vida orgánica. Se mide el metabolismo por la cantidad de oxígeno y ácido carbónico absorbido que se desprenden cuando el cuerpo se encuentra en estado de reposo absoluto. Desde el momento que los músculos se contraen y producen un trabajo mecánico, la actitud de los cambios se eleva considerablemente. El metabolismo es más intenso en el niño que en el adulto, en los animales pequeños qué en los animales grandes. Es una de las razones por las cuales es preciso no aumentar, más allá de cierto límite, la talla humana. En el metabolismo no encontramos la expresión de todas nuestras funciones. El cerebro, el hígado y las glándulas tienen una gran actividad química. Pero es el trabajo muscular el que acrecienta de marcadísima manera la intensidad de estos cambios. Hecho curioso, el trabajo intelectual no produce elevación alguna del metabolismo. Se diría que no exige desgaste energético o que se contenta con una cantidad de energía demasiado débil para ser medida por las técnicas actuales. Ciertamente, es extraño que el pensamiento que transforma la superficie de la tierra, destruye y construye naciones y descubre nuevos universos en el fondo de la inmensidad inconcebible del espacio, se elabore en nosotros sin consumir una cantidad de energía susceptible de ser medida. Las más poderosas creaciones de la inteligencia aumentan mucho menos el metabolismo que el músculo que llamarnos bíceps cuando se contrae para levantar el peso de una libra. Ni la ambición de César ni la meditación de Newton, ni la inspiración de Beethoven, ni la contemplación ardiente de Pasteur, han logrado acelerar la nutrición de sus tejidos, como lo habrían logrado fácilmente algunos microbios o una débil exageración de la secreción de su glándula tiroides.
Es muy difícil disminuir el ritmo de la nutrición. El organismo mantiene la actividad normal de los cambios químicos en las condiciones más adversas. Un frío exterior intenso no disminuye nuestro metabolismo. Sólo en las proximidades de la muerte el cuerpo empieza a enfriarse. Al contrario, durante el invierno el oso, la marmota y el ratón disminuyen su temperatura y entran en un estado de vida que podría llamarse subvida. Entre los rotíferos, la desecación detiene por completo la nutrición, y sin embargo, si al cabo de una semana de vida latente se humidifica a estos pequeños animales, resucitan, y el ritmo de sus cambios químicos se vuelve normal. Nosotros no hemos encontrado todavía el secreto de producir entre los animales domésticos y en el hombre una suspensión tal de la nutrición. Habría una evidente ventaja en los países fríos, en lograr colocar en estado de vida latente a vacas y corderos durante los largos inviernos. Podría quizás también con ello prolongarse la duración de la vida humana, curar ciertas enfermedades, utilizar de mejor modo a los individuos excepcionalmente dotados si se les pudiera hacerles invernar de tiempo en tiempo. Pero, salvo por el método bárbaro e insuficiente que consiste en suprimir la glándula tiroide, no somos capaces de bajar el nivel de los cambios químicos del organismo humano. La vida latente es, por el momento, imposible.
Entre los líquidos que constituyen el medio interior y el mundo de los tejidos y de los órganos, hay cambios químicos continuos. La actividad nutritiva es un modo de ser de las células, lo mismo que su forma y su estructura. Desde que cesa su nutrición, los órganos se ponen en equilibrio con su medio y mueren. Nutrición es sinónimo de existencia. Los tejidos vivos están ávidos de oxígeno y lo arrancan al plasma sanguíneo. Lo que significa, en términos psico-químicos, que poseen un poder reductor elevado, que un sistema complicado de ciertas químicas y de fermentos, les permite emplear el oxígeno atmosférico con sus reacciones productoras de energía. Gracias al oxígeno, al hidrógeno y al carbono que reciben de los azúcares y de las grasas, las células vivas están provistas de la energía mecánica necesaria al mantenimiento de su estructura y a sus movimientos; de la energía eléctrica que se manifiesta en todos los cambios de estado orgánico, y del calor indispensable a las reacciones químicas y a los procesos fisiológicos. Encuentran también en el plasma sanguíneo el ázoe, el azufre y el fósforo de los cuales se sirven para la construcción de nuevas células y para el crecimiento y la reparación de los órganos. Con ayuda de sus fermentos, dividen en fragmentos más y más pequeños, las proteínas, el azúcar y las grasas de su medio, utilizando la energía de los cuerpos más complicados, de un poder potencial energético más alto, que incorporan a su propia sustancia.
La intensidad de los cambios químicos, del metabolismo de los grupos celulares y del ser viviente entero, es la expresión de la intensidad de la vida orgánica. Se mide el metabolismo por la cantidad de oxígeno y ácido carbónico absorbido que se desprenden cuando el cuerpo se encuentra en estado de reposo absoluto. Desde el momento que los músculos se contraen y producen un trabajo mecánico, la actitud de los cambios se eleva considerablemente. El metabolismo es más intenso en el niño que en el adulto, en los animales pequeños qué en los animales grandes. Es una de las razones por las cuales es preciso no aumentar, más allá de cierto límite, la talla humana. En el metabolismo no encontramos la expresión de todas nuestras funciones. El cerebro, el hígado y las glándulas tienen una gran actividad química. Pero es el trabajo muscular el que acrecienta de marcadísima manera la intensidad de estos cambios. Hecho curioso, el trabajo intelectual no produce elevación alguna del metabolismo. Se diría que no exige desgaste energético o que se contenta con una cantidad de energía demasiado débil para ser medida por las técnicas actuales. Ciertamente, es extraño que el pensamiento que transforma la superficie de la tierra, destruye y construye naciones y descubre nuevos universos en el fondo de la inmensidad inconcebible del espacio, se elabore en nosotros sin consumir una cantidad de energía susceptible de ser medida. Las más poderosas creaciones de la inteligencia aumentan mucho menos el metabolismo que el músculo que llamarnos bíceps cuando se contrae para levantar el peso de una libra. Ni la ambición de César ni la meditación de Newton, ni la inspiración de Beethoven, ni la contemplación ardiente de Pasteur, han logrado acelerar la nutrición de sus tejidos, como lo habrían logrado fácilmente algunos microbios o una débil exageración de la secreción de su glándula tiroides.
Es muy difícil disminuir el ritmo de la nutrición. El organismo mantiene la actividad normal de los cambios químicos en las condiciones más adversas. Un frío exterior intenso no disminuye nuestro metabolismo. Sólo en las proximidades de la muerte el cuerpo empieza a enfriarse. Al contrario, durante el invierno el oso, la marmota y el ratón disminuyen su temperatura y entran en un estado de vida que podría llamarse subvida. Entre los rotíferos, la desecación detiene por completo la nutrición, y sin embargo, si al cabo de una semana de vida latente se humidifica a estos pequeños animales, resucitan, y el ritmo de sus cambios químicos se vuelve normal. Nosotros no hemos encontrado todavía el secreto de producir entre los animales domésticos y en el hombre una suspensión tal de la nutrición. Habría una evidente ventaja en los países fríos, en lograr colocar en estado de vida latente a vacas y corderos durante los largos inviernos. Podría quizás también con ello prolongarse la duración de la vida humana, curar ciertas enfermedades, utilizar de mejor modo a los individuos excepcionalmente dotados si se les pudiera hacerles invernar de tiempo en tiempo. Pero, salvo por el método bárbaro e insuficiente que consiste en suprimir la glándula tiroide, no somos capaces de bajar el nivel de los cambios químicos del organismo humano. La vida latente es, por el momento, imposible.
c.III,VI
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