Bernardo Barranco V.
Reflexiones sobre la Semana Santa
La Semana Santa es un momento ritual en la historia del cristianismo en el que se recrea la pasión y la muerte de Jesús. A través de su sacrificio, el cristianismo construye su mayor oferta: el triunfo de la vida sobre la muerte mediante la resurrección. Desde hace siglos la Semana Mayor es celebrada como uno de los momentos fundacionales del cristianismo; diferentes generaciones han recreado formas distintas de reconstruir y perpetuar el hecho. Los primeros misioneros en tierras americanas aportaron a las modalidades medievales de celebración nuevas expresiones como las representaciones teatrales que se amoldaron a las antiguas formas mesoamericanas de festividad religiosa. Así pues, las representaciones de la pasión y muerte de Jesús, como las de Iztapalapa que convoca entre 2 y 3 millones de fieles, está cargada de una efectiva y sencilla teatralización del acto cristiano cuyo momento culminante es la crucifixión.
En la Semana Santa hay un conjunto de símbolos que se ritualizan como el pan y el vino de la última cena que se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo en la instauración de la eucaristía; así también la cruz, el lavatorio de pies, el cirio pascual, la corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña con vinagre y el vía crucis son elementos, entre otros, cuyos significados son relaborados por la tradición cristiana para convertirlos en referentes. Por ejemplo, la cruz, que fue en la época de Jesús un instrumento de ejecución y muerte humillante, se transforma en símbolo identitario. Por eso, la imagen del Cristo crucificado se convierte en un icono paradójico: por un lado el de la perplejidad de la violencia humana y, por otro, instrumento de salvación.
Para Mircea Eliade, es con la aparición de la agricultura donde surge el sacrificio cruento. La observación de los ciclos agrícolas comprende que la vida como creación implica una transferencia de la misma. A través del sacrificio, se proyecta la energía y la vida de la víctima sobre la obra que se pretende crear.
El sacrificio no es necesariamente sinónimo de inmolación. Etimológicamente viene de la palabra latina sacrificium, significa “acción sagrada”. El sacrificio remite a la introducción del hombre al dominio de lo sagrado y se puede definir el sacrificio como el acto que apunta al doble fin: hacer un don a Dios y santificar o purificar al hombre.
En el cristianismo, el sacrificio en tanto símbolo determinante, al mismo tiempo es el arquetipo del rito denominado Santo Sacrificio de la Misa, misterio central en el cual gira la vida diaria del cristiano tradicional. En tanto, para los antropólogos el rito, etimológicamente está vinculado íntimamente con la idea de fundación o instauración del orden cósmico.
Todo gesto ritual es un símbolo que actúa; es, en suma, otra forma de reforzar, a través de la sacralidad, una identidad a toda la comunidad creyente y los participantes en los ritos.
En cambio, para el filósofo galoestadunidense René Girard (El sacrificio, Editorial Anagrama 2003) cuestiona la redención cristiana como un sacrificio. La víctima es aquí realmente inocente y no muere estrictamente para expiar pecados, sino para mostrar que el amor es más fuerte que la violencia. Dios no pide sangre, sino el corazón, y con el sacrificio de su hijo no busca venganza, a pesar de las posiciones justicialistas que consideran la muerte de Cristo como un castigo donde el “cordero de Dios” sustituye y satisface por los auténticos culpables, los hombres.
Como afirma Girard, recién ingresado en la academia francesa, Cristo es auténtico sacrificio no por “destruir” el deseo con el dolor, sino por desmontar el materialismo que vive del deseo, mostrando que el hombre no es esclavo de aquél, sino que es capaz de amar.
Según su teoría, el sacrificio de Jesús es la culminación de un largo proceso de liberación de los sacrificios humanos. Al aceptar su propio sacrificio siendo a todas luces inocente, Jesús deslegitima toda práctica sacrificial y así redime a las víctimas que le antecedieron.
Para llegar a esta conclusión, Girard penetra los orígenes arcaicos de la humanidad, cuando las tribus libraban una guerra constante de todos contra todos sustentadas en violencias sagradas (El chivo expiatorio, Anagrama, 1986).
Las grandes religiones universales surgieron a partir de la base común de las religiones arcaicas. Se pueden clasificar en dos grandes cauces a partir de las cuales aparecieron otras a lo largo de la historia. En Oriente se establecen las religiones místicas, hinduismo y budismo; se caracterizan por el valor absoluto que atribuyen a la experiencia interior de unión con Dios. En Medio Oriente se fundan las religiones de tipo profético cuyo principal basamento es el judaísmo, de la que proceden el cristianismo y el Islam. Se caracterizan por el valor absoluto que conceden a la llamada divina comunicada por medio de un profeta.
La Semana Santa condensa elementos fundacionales del cristianismo no sólo en lo litúrgico, sino en la sacralidad y mesianidad vivida en los últimos días de Jesús. El misterio de la salvación se acompaña a la reconversión de símbolos y ritos. La resurrección es el elemento clave de la reconstrucción de una nueva comunidad de creyentes, Iglesia primitiva, la principal oferta que permite al cristianismo expandirse y aportar sustentos a la civilización occidental, que en este momento están bajo cuestionamientos en la mesa del debate cultural.
Reflexiones sobre la Semana Santa
La Semana Santa es un momento ritual en la historia del cristianismo en el que se recrea la pasión y la muerte de Jesús. A través de su sacrificio, el cristianismo construye su mayor oferta: el triunfo de la vida sobre la muerte mediante la resurrección. Desde hace siglos la Semana Mayor es celebrada como uno de los momentos fundacionales del cristianismo; diferentes generaciones han recreado formas distintas de reconstruir y perpetuar el hecho. Los primeros misioneros en tierras americanas aportaron a las modalidades medievales de celebración nuevas expresiones como las representaciones teatrales que se amoldaron a las antiguas formas mesoamericanas de festividad religiosa. Así pues, las representaciones de la pasión y muerte de Jesús, como las de Iztapalapa que convoca entre 2 y 3 millones de fieles, está cargada de una efectiva y sencilla teatralización del acto cristiano cuyo momento culminante es la crucifixión.
En la Semana Santa hay un conjunto de símbolos que se ritualizan como el pan y el vino de la última cena que se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo en la instauración de la eucaristía; así también la cruz, el lavatorio de pies, el cirio pascual, la corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña con vinagre y el vía crucis son elementos, entre otros, cuyos significados son relaborados por la tradición cristiana para convertirlos en referentes. Por ejemplo, la cruz, que fue en la época de Jesús un instrumento de ejecución y muerte humillante, se transforma en símbolo identitario. Por eso, la imagen del Cristo crucificado se convierte en un icono paradójico: por un lado el de la perplejidad de la violencia humana y, por otro, instrumento de salvación.
Para Mircea Eliade, es con la aparición de la agricultura donde surge el sacrificio cruento. La observación de los ciclos agrícolas comprende que la vida como creación implica una transferencia de la misma. A través del sacrificio, se proyecta la energía y la vida de la víctima sobre la obra que se pretende crear.
El sacrificio no es necesariamente sinónimo de inmolación. Etimológicamente viene de la palabra latina sacrificium, significa “acción sagrada”. El sacrificio remite a la introducción del hombre al dominio de lo sagrado y se puede definir el sacrificio como el acto que apunta al doble fin: hacer un don a Dios y santificar o purificar al hombre.
En el cristianismo, el sacrificio en tanto símbolo determinante, al mismo tiempo es el arquetipo del rito denominado Santo Sacrificio de la Misa, misterio central en el cual gira la vida diaria del cristiano tradicional. En tanto, para los antropólogos el rito, etimológicamente está vinculado íntimamente con la idea de fundación o instauración del orden cósmico.
Todo gesto ritual es un símbolo que actúa; es, en suma, otra forma de reforzar, a través de la sacralidad, una identidad a toda la comunidad creyente y los participantes en los ritos.
En cambio, para el filósofo galoestadunidense René Girard (El sacrificio, Editorial Anagrama 2003) cuestiona la redención cristiana como un sacrificio. La víctima es aquí realmente inocente y no muere estrictamente para expiar pecados, sino para mostrar que el amor es más fuerte que la violencia. Dios no pide sangre, sino el corazón, y con el sacrificio de su hijo no busca venganza, a pesar de las posiciones justicialistas que consideran la muerte de Cristo como un castigo donde el “cordero de Dios” sustituye y satisface por los auténticos culpables, los hombres.
Como afirma Girard, recién ingresado en la academia francesa, Cristo es auténtico sacrificio no por “destruir” el deseo con el dolor, sino por desmontar el materialismo que vive del deseo, mostrando que el hombre no es esclavo de aquél, sino que es capaz de amar.
Según su teoría, el sacrificio de Jesús es la culminación de un largo proceso de liberación de los sacrificios humanos. Al aceptar su propio sacrificio siendo a todas luces inocente, Jesús deslegitima toda práctica sacrificial y así redime a las víctimas que le antecedieron.
Para llegar a esta conclusión, Girard penetra los orígenes arcaicos de la humanidad, cuando las tribus libraban una guerra constante de todos contra todos sustentadas en violencias sagradas (El chivo expiatorio, Anagrama, 1986).
Las grandes religiones universales surgieron a partir de la base común de las religiones arcaicas. Se pueden clasificar en dos grandes cauces a partir de las cuales aparecieron otras a lo largo de la historia. En Oriente se establecen las religiones místicas, hinduismo y budismo; se caracterizan por el valor absoluto que atribuyen a la experiencia interior de unión con Dios. En Medio Oriente se fundan las religiones de tipo profético cuyo principal basamento es el judaísmo, de la que proceden el cristianismo y el Islam. Se caracterizan por el valor absoluto que conceden a la llamada divina comunicada por medio de un profeta.
La Semana Santa condensa elementos fundacionales del cristianismo no sólo en lo litúrgico, sino en la sacralidad y mesianidad vivida en los últimos días de Jesús. El misterio de la salvación se acompaña a la reconversión de símbolos y ritos. La resurrección es el elemento clave de la reconstrucción de una nueva comunidad de creyentes, Iglesia primitiva, la principal oferta que permite al cristianismo expandirse y aportar sustentos a la civilización occidental, que en este momento están bajo cuestionamientos en la mesa del debate cultural.
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