El cuerpo y el alma son dos realidades
Al mismo tiempo que actividades fisiológicas, el cuerpo manifiesta actividades mentales. Mientras que las actividades orgánicas se muestran por medio del trabajo mecánico, por el calor, la energía eléctrica, las trasformaciones químicas, susceptibles de ser medidas por las técnicas de la física y de la química, las manifestaciones de la conciencia revelan procesos diferentes, aquellos que se emplean en la introspección y el estudio del comportamiento humano. El concepto de conciencia es equivalente al análisis, hecho por nosotros, de lo que en nosotros pasa, y también de ciertas actividades claramente visibles entre nuestros semejantes. Resulta agradable distinguir estas actividades en lo intelectual, moral, estético, religioso y social. En suma el cuerpo y el alma son perspectivas cogidas del mismo objeto con ayuda dé métodos diferentes, de abstracciones hechas por nuestro espíritu de un ser único. La antítesis de la materia y del espíritu no es sino la oposición de dos órdenes de técnica. El error de Descartes ha sido creer en la realidad de estas abstracciones y contemplar como heterogéneos lo físico y lo moral. Este dualismo ha constituido un peso grave en la historia del conocimiento del hombre. Ha creado el falso problema de las relaciones del alma y del cuerpo. No ha habido lugar de examinar la naturaleza de estas relaciones, porque no observábamos ni alma ni cuerpo, sino únicamente un ser compuesto cuyas actividades fisiológicas y mentales hemos dividido arbitrariamente.
Por cierto, se continuará, siempre hablando del alma como una entidad, como se habla de la caída del sol y del amanecer, refiriéndose, por supuesto, al hecho de asomarse el sol en el horizonte, como si tal fenómeno aconteciera, y aunque la humanidad sabe perfectamente, de Galileo acá, que el sol permanece inmóvil. El alma es el aspecto específico de nuestra naturaleza, aspecto que nos distingue de todos los otros seres vivientes. La curiosidad que a nuestro respecto experimentamos, nos arrastra, por fuerza, a procurar desentrañar problemas insolubles, preguntas que científicamente, no tienen sentido alguno. ¿Cuál es la naturaleza del pensamiento, esa cosa extraña que vive en nosotros sin consumir una cantidad de energía apreciable? ¿Cuáles son sus relaciones con las formas conocidas de la energía, física? El espíritu vive casi inadvertido en el seno de la naturaleza viva, y sin embargo es la potencia más colosal que existe en este mundo. Ha, trastornado la superficie de la tierra; ha construido y destruido civilizaciones y ha creado nuestro Universo sideral. ¿Es un producto de las células cerebrales como la insulina lo es del páncreas y la bilis del hígado? ¿Cuáles son, de entre las células, las precursoras del pensamiento? ¿A expensas de qué sustancias se elabora éste? ¿Proviene de un elemento preexistente, como la glucosa del glucógeno o la fibrina del fibrinógeno?.¿Se trata, acaso, de una energía diferente de las energías estudiadas por la física que no se expresa por las mismas leyes y se produce por medio de las mismas células de la base cortical del cerebro? Por el contrario, ¿es preciso considerar el pensamiento como un ser inmaterial, que existe fuera del espacio y del tiempo, fuera de las dimensiones del Universo cósmico, y se inserta, por desconocidos procedimientos, en nuestro cerebro que vendría a ser la condición indispensable de estas manifestaciones y determinaría sus caracteres? En todas las épocas, en todos los países, los grandes filósofos han consagrado su vida al examen de estos problemas cuya solución no han logrado encontrar.
Estas preguntas nos las haremos siempre, aunque sabemos demasiado bien que es imposible responder a ellas. Para los hombres de ciencia no tienen sentido alguno, a menos que nuevas técnicas nos permitan aprehender mejor las manifestaciones de la conciencia. Para progresar en el conocimiento de este aspecto esencial, específico del ser humano, hace falta contentarnos con el estudio minucioso de los fenómenos que podemos coger con nuestros métodos de observación y sus relaciones con las actividades fisiológicas. Es indispensable hacer una observación tan completa como sea posible de esta comarca cuyo horizonte se pierde por todos sus costados en un terrible enredo.
El hombre se compone de la totalidad de las actividades observables actualmente en él y de las que ha manifestado en el pasado. Las funciones que en ciertas épocas y en ciertos medios permanecen virtuales y aquellas que existen de manera constante, poseen idéntica realidad. Los escritos de Ruisbroeck, el admirable, contienen tantas verdades como contienen los de Claude Bernard. El Ornamento de las Bodas Espirituales y La Introducción a la Medicina Experimental describen aspectos, los unos más raros, los otros más comunes, del mismo ser. Las formas de la actividad humana que considera Platón son tan específicas de nuestra naturaleza como el hambre, la sed, el apetito sexual y la pasión por la riqueza. Desde el Renacimiento, hemos cometido el error de dar arbitrariamente una situación privilegiada a ciertos aspectos de nosotros mismos. Hemos separado la materia del espíritu. Hemos atribuido una realidad más
profunda a la una que a la otra. La fisiología y la medicina se han ocupado, sobre todo, de las manifestaciones del cuerpo y de los desórdenes orgánicos cuya expresión se encuentra en lesiones microscópicas de los tejidos. La sociología ha considerado al hombre casi únicamente desde el punto de vista de su capacidad de dirigir las máquinas, del trabajo que es capaz de efectuar, de su aptitud para consumir, de su valor económico. La higiene se ha interesado en la salud, en los medios de aumentar la población, en la prevención de las enfermedades infecciosas y en cuanto puede acrecentar su bienestar fisiológico. La pedagogía ha dirigido sus esfuerzos hacia el desarrollo intelectual y muscular de los niños. Pero todas estas ciencias han desdeñado el estudio de la conciencia en la totalidad de sus aspectos. Habrían debido examinar al hombre a la luz convergente de la fisiología y de la psicología. Habrían debido utilizar equitativamente los estudios proporcionados por la introspección y el comportamiento. Una y otra de estas técnicas alcanzan el mismo objeto. Pero la una le observa desde el interior y la otra coge sus manifestaciones exteriores. No hay razón alguna para dar a ésta más razón que a aquella. Ambas poseen igual derecho a nuestra confianza.
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