¨¨Fructificad y multiplicaos y llenad la tierra¨¨
Las glándulas sexuales no impulsan solamente el gesto que, en la vida primitiva, perpetuaba la especie. Intensifican también nuestras actividades fisiológicas, mentales y espirituales. Entre los eunucos, jamás ha habido grandes filósofos, grandes sabios, o siquiera grandes criminales. Los testículos y los ovarios ejercen una función extensa. Primeramente dan nacimiento a las células macho o hembra, cuya unión produce el nuevo ser humano. Al mismo tiempo, segregan sustancias que se derraman en la sangre, e imprimen en los tejidos en los órganos y en la conciencia, los caracteres macho y hembra. Dan también a todas nuestras funciones su intensidad característica. El testículo engendra la audacia, la violencia, la brutalidad, los caracteres que distinguen al toro de combate del buey que arrastra la carreta a lo largo del camino. El ovario ejerce una acción análoga en el organismo de la mujer. Pero éste no obra sino durante una parte breve de la existencia. Al llegar la menopausia, se atrofia. La duración menor de la vida del ovario da a la mujer que envejece una inferioridad manifiesta sobre el hombre. Por el contrario, el testículo permanece activo hasta la extrema vejez. Las diferencias que existen entre el hombre y la mujer no se deben exclusivamente a la forma particular de los órganos genitales, a la presencia del útero, a la gestación o a la educación. Provienen de una causa muy profunda, la impregnación del organismo entero por sustancias químicas, producto de las glándulas sexuales. La ignorancia de estos hechos fundamentales ha conducido a los promotores del feminismo a la idea que los dos sexos pueden tener la misma educación, las mismas ocupaciones, los mismos poderes, e idénticas responsabilidades. En realidad, la mujer difiere profundamente del hombre. Cada una de las célula, de su cuerpo porta consigo la marca de su sexo. Otro tanto ocurre con sus sistemas orgánicos, y, sobre todo, con su sistema nervioso. Las leyes fisiológicas son tan inexorables como las leyes del mundo sideral. Es imposible sustituir los deseos humanos. Estamos obligados a aceptarlos tales como son. Las mujeres deben desarrollar sus aptitudes en la dirección de su propia naturaleza, sin procurar imitar a los hombres. Su papel en el progreso de la civilización es más elevado que el de aquellos. Hace falta, pues, que no lo abandonen.
La importancia en la propagación es igual
La importancia de los dos sexos en la propagación de la raza es desigual. Las células del testículo producen sin cesar, durante todo el curso de la vida, animáliculos dotados de movimientos muy activos, los espermatozoides. Estos espermatozoides penetran en el mucus que cubre la vagina y el útero y encuentrian en la superficie de la mucosa uterina el óvulo. El óvulo es el producto de una lenta madurez de las células germinales del ovario. Este, en la mujer joven, contiene más o menos trescientos mil óvulos. Pero sólo cuatrocientos alcanzan la madurez. En los momentos de la menstruación, el óvulo es proyectado, tras el estallido del quiste que lo contiene, en la membrana erizada de pestañas vibrátiles que le transportan al útero. Ya su núcleo ha sufrido una modificación importante. Ha expulsado la mitad de su sustancia, es decir, la mitad de cada cromosoma. Un espermatozoide penetra entonces en el óvulo y sus cromosomas, que han perdido también la mitad de su sustancia, se unen a los del óvulo. El nuevo ser ha nacido. Se compone de una célula injertada en la mucosa uterina. Esta célula se divide en dos partes y el desarrollo del embrión comienza. El padre y la madre contribuyen igualmente a la formación del núcleo de la célula que engendra todas las células del organismo nuevo. Pero la madre da también al óvulo, además de la mitad de la sustancia nuclear, todo el protoplasma que rodea al núcleo mismo. Representa, pues, un papel más importante que el padre en la formación del embrión. Por cierto, los caracteres de los padres se transmiten por medio del núcleo. Pero las leyes actualmente conocidas de la herencia, y las teorías actuales de la generación, no nos aportan aún una luz bastante completa,. Es preciso acordarse, cuando se piensa en la parte tomada por el padre y la madre en la reproducción, de las experiencias de Bataillon y de Leeb. De un huevo no fecundado se puede, por medio de una técnica apropiada, y sin la intervención del elemento macho, obtener una rana. Un agente físico o químico es susceptible de reemplazar el espermatozoide. Sólo el elemento hembra es esencial.
El feto es de origen extranjero
La obra del hombre en la reproducción es breve. La de la mujer dura nueve meses. Durante este tiempo el feto se mantiene por medio de las sustancias que llegan a él de la sangre materna después de haberse filtrado a través de las membranas de la placenta. En tanto que el niño toma de su madre los elementos químicos que constituyen sus tejidos, aquélla recibe ciertas sustancias segregadas por los tejidos de su hijo. Estas sustancias pueden ser bienhechoras o peligrosas. En efecto, el feto está formado a la, vez por las sustancias nucleares del padre y de la madre. Es un ser de origen, en parte, extranjero, que se ha instalado en el cuerpo de la mujer. Durante todo el embarazo, ésta última está sometida a su influencia. A. veces ella se siente como envenenada por el feto. Siempre su estado psicológico y fisiológico se modifica, por él. Se diría que las hembras, a lo menos entre los mamíferos, no alcanzan su pleno desarrollo sino tras uno o varios embarazos. Las mujeres que no tienen hijos, son menos equilibradas, más nerviosas que las otras. En suma, la presencia del feto, cuyos tejidos difieren de los suyos por su juventud y sobre todo porque son parte de los de su marido, obran profundamente sobre la mujer. Se desconoce en general, la importancia que tiene para ella la función de la generación. Esta función es indispensable para su óptimo desarrollo. Así, pues, es absurdo alejar a las mujeres de la maternidad.
Alexis Carrel, capitulo IX .
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