España y el catolicísmo

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J. A. Ventín

No resistiré hacer un análisis de lo ocurrido en el año 2008. Los temas podrían ser: las guerras, el terrorismo, los desastres naturales, el hambre y demás calamidades humanas. Pero lo que llamó mi atención ha sido la evolución ética de la sociedad. Cómo las personas perdimos una de las características que nos hacían diferentes a otras especies del Planeta. Me refiero a la pérdida de los Principios Humanos. ¿Qué ha causado esta pérdida de valores? La respuesta es fácil, y está al alcance de cualquier observador, pero si además nos ayudamos de encuestas y estudios de investigación recientes, el resultado es concluyente. Un periódico de tirada nacional, el día 26 de diciembre, anunciaba la publicación de un trabajo sobre lo que creen los ciudadanos. Los resultados son terribles. Dicen que sólo el 6% de los españoles es fiel a la tradición católica; que sólo son practicantes el 29% de los católicos, y que los no practicantes suman el 51%. Que el 11% de los que se declaran practicantes no creen en la existencia de Dios; y que cantidades que van del 49% al 71% no creen en la totalidad de los Dogmas de la Iglesia Católica. Ante estos datos, hace falta un profundo proceso de autocrítica, y dejar de echar la culpa a los demás del actual fracaso social de la Iglesia de Roma. Siendo el tema grave como lo es, si seguimos haciendo un análisis del comportamiento de las creencias, religiosas o no, de los españoles el panorama es también desolador. ¿Cuántos militantes de organizaciones políticas creen realmente en su ideario? ¿Cuántos creen en la libertad y en la democracia?, o ¿cuántos son los que creen en el principio del vale todo, como es el amiguismo, el clientelismo, y el entrepiernismo, como método para trepar en la organización de que se trate? Éstos se pueden equiparar a los que se declaran practicantes del catolicismo al mismo tiempo que afirman que no creen en la existencia de Dios. La carencia de principios morales y éticos nos está llevando hacia una sociedad en lo que lo único que predomina es el egolatrismo, el hedonismo, y demás pasiones incontroladas. Como decía Cicerón: «Las pasiones de los hombres son más funestas al género humano que las convulsiones de la Naturaleza». Si la cosa sigue así, ¿en qué creeremos los seres humanos? Lo más probable es que lleguemos a una sociedad en la que las mafias, los ‘lobbys’, los grupos de interés sean los que determinan la moral social, o nos acercaremos, siguiendo un ejemplo bíblico, a sociedades como las de Sodoma y Gomorra, las cuales, al final, fueron destruidas por lluvia de azufre y fuego —aunque ahora sea por bombas de neutrones, para poder salvar las propiedades y eliminar a los seres vivientes—. Como siempre, nos queda la esperanza de que los ciudadanos despierten y obliguen a los que gobiernan a hacerse la eutanasia, pero esa virtud puede tener sus inconvenientes, pues como afirmaba Rousseau: «La esperanza es el sueño de un hombre despierto, es la adormidera que amortigua nuestras penas, es una joven atolondrada que sólo tiene imaginación sin juicio y que cree todo cuanto se le dice que le agrade». Únicamente nos queda una solución: recuperar los principios.