la Fiesta de la Epifanía del Señor, que viene del griego y significa: "manifestación; dar a conocer, revelar un fenómeno milagroso". En los escritos del Nuevo Testamento se habla de la venida de Cristo como la llegada del emperador o del rey que toma posesión de su reino, en latín adventus -advenimiento-, de ahí que el adviento sea el tiempo que prepara a la Navidad.
Son muchas y variadas las tradiciones que se relacionan con esta fiesta, que nace en Oriente y que conmemora unidos los primeros momentos de la manifestación del Verbo encarnado que nació en Belén a la humanidad. Los cristianos orientales y los ortodoxos celebran en la Epifanía también el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná, manifestación Trinitaria de la Divinidad de Jesús y primer milagro del Señor en su vida pública, respectivamente. Nosotros los cristianos de rito latino ponemos el énfasis en la manifestación del Hijo de Dios a los paganos, a los que no son miembros de Israel y que también son llamados por Dios a la salvación. Se nos habla en el Evangelio de Mateo (Mt 2, 1-12), que es el que narra el episodio de la visita de los Magos, de una estrella que los guía hasta la presencia del Niño. Santo Tomás de Aquino, en plena Edad Media, señala que quizás Dios creó una estrella peculiar, para aquel solemne momento. Pero Kepler, astrónomo del siglo XVII, afirma que entonces tuvo lugar la conjunción de Marte, Júpiter y Saturno, fenómeno que ocurre cada 805 años. Y aquellos hombres quienes eran: ¿Serían reyes? ¿Serían sabios y ricos? No eran magos en el sentido actual de la palabra. Pero sí consta que fueron buscadores. ¿Buscadores de qué? De algo que luego se convirtió en alguien. Detrás de la luz de una estrella encontraron el rostro de un Niño. Encontraron al Dios todopoderoso que incomprensiblemente se hace débil por amor, para iluminar nuestras vidas. Encontraron al Dios que ni cielos y tierras pueden contener, nacido de una mujer, en brazos de su madre, María. Encontraron la cercanía de Dios con los hombres, su Palabra eterna pronunciada en nuestra lengua.
Los Magos ofrecen lo mejor de sus dones al Niño Dios, se ofrecen ellos mismos. El oro, el incienso y la mirra son dones materiales con un profundo significado espiritual, en el que debiéramos de profundizar. El oro es un metal muy valioso, es como si el Mago dijera: "Te traigo oro porque reconozco en ti al que ha de tener más poder que todos los reyes de la tierra, al que ha de ser Rey de los reyes".
El incienso es una resina olorosa que se quema en ceremonias religiosas. Es un producto oriundo de Oriente. El uso del incienso como símbolo de adoración a Dios o de respeto a cosas relacionadas con Dios, es una tradición muy antigua, anterior al Cristianismo. Es como si el sabio de Oriente dijera a Jesús: "Te traigo incienso porque reconozco en ti al que todos han de reconocer como a su Dios verdadero."
La mirra es una sustancia perfumada que los antiguos tenían por un bálsamo precioso. Viene en forma de lágrimas y tiene un color rojizo. He aquí, pues, características que pueden convertir la mirra en un símbolo del hombre: el color rojo representaría la sangre y la forma de lágrima representaría el dolor. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano. ¿No fue Jesús, precisamente bálsamo para nosotros al sufrir la tortura de la Crucifixión? Al ofrecerla es como si se nos comunicara: "Te traigo mirra porque reconozco en ti al Hijo del Hombre que ha de sufrir y derramar su sangre por salvar a la humanidad doliente".
De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento del hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios.
Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltasar. Hasta el año de 474 d. C. sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.
Son muchas y variadas las tradiciones que se relacionan con esta fiesta, que nace en Oriente y que conmemora unidos los primeros momentos de la manifestación del Verbo encarnado que nació en Belén a la humanidad. Los cristianos orientales y los ortodoxos celebran en la Epifanía también el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná, manifestación Trinitaria de la Divinidad de Jesús y primer milagro del Señor en su vida pública, respectivamente. Nosotros los cristianos de rito latino ponemos el énfasis en la manifestación del Hijo de Dios a los paganos, a los que no son miembros de Israel y que también son llamados por Dios a la salvación. Se nos habla en el Evangelio de Mateo (Mt 2, 1-12), que es el que narra el episodio de la visita de los Magos, de una estrella que los guía hasta la presencia del Niño. Santo Tomás de Aquino, en plena Edad Media, señala que quizás Dios creó una estrella peculiar, para aquel solemne momento. Pero Kepler, astrónomo del siglo XVII, afirma que entonces tuvo lugar la conjunción de Marte, Júpiter y Saturno, fenómeno que ocurre cada 805 años. Y aquellos hombres quienes eran: ¿Serían reyes? ¿Serían sabios y ricos? No eran magos en el sentido actual de la palabra. Pero sí consta que fueron buscadores. ¿Buscadores de qué? De algo que luego se convirtió en alguien. Detrás de la luz de una estrella encontraron el rostro de un Niño. Encontraron al Dios todopoderoso que incomprensiblemente se hace débil por amor, para iluminar nuestras vidas. Encontraron al Dios que ni cielos y tierras pueden contener, nacido de una mujer, en brazos de su madre, María. Encontraron la cercanía de Dios con los hombres, su Palabra eterna pronunciada en nuestra lengua.
Los Magos ofrecen lo mejor de sus dones al Niño Dios, se ofrecen ellos mismos. El oro, el incienso y la mirra son dones materiales con un profundo significado espiritual, en el que debiéramos de profundizar. El oro es un metal muy valioso, es como si el Mago dijera: "Te traigo oro porque reconozco en ti al que ha de tener más poder que todos los reyes de la tierra, al que ha de ser Rey de los reyes".
El incienso es una resina olorosa que se quema en ceremonias religiosas. Es un producto oriundo de Oriente. El uso del incienso como símbolo de adoración a Dios o de respeto a cosas relacionadas con Dios, es una tradición muy antigua, anterior al Cristianismo. Es como si el sabio de Oriente dijera a Jesús: "Te traigo incienso porque reconozco en ti al que todos han de reconocer como a su Dios verdadero."
La mirra es una sustancia perfumada que los antiguos tenían por un bálsamo precioso. Viene en forma de lágrimas y tiene un color rojizo. He aquí, pues, características que pueden convertir la mirra en un símbolo del hombre: el color rojo representaría la sangre y la forma de lágrima representaría el dolor. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano. ¿No fue Jesús, precisamente bálsamo para nosotros al sufrir la tortura de la Crucifixión? Al ofrecerla es como si se nos comunicara: "Te traigo mirra porque reconozco en ti al Hijo del Hombre que ha de sufrir y derramar su sangre por salvar a la humanidad doliente".
De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento del hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios.
Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltasar. Hasta el año de 474 d. C. sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.
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