La teología cristiana ha discutido la noción de infierno a lo largo de su historia. Durante siglos no hubo duda de que se trataba del lugar en el que el pecador sufre eternos castigos que no pueden ser conmutados. Sin embrago la Enciclopedia Católica , a principios del siglo XX, menciona que “el dogma católico no rechaza suponer que Dios pueda, a veces, por vía de excepción, liberar un alma del infierno”. Sin embargo, y como una especie de contrasentido, los teólogos católicos son unánimes en señalar que tales excepciones nunca ocurrieron y nunca ocurrirán. Igualmente argumentan acerca del uso del término fuego que no hay suficientes razones para considerar este término como una mera metáfora, con lo cual manifiestan la realidad del fuego.
Sin embargo el 28 de julio de 1999, en la catequesis que impartió ante ocho mil fieles en el Vaticano, el Papa Juan Pablo II dijo: “Las imágenes con que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien, libre y definitivamente, se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría” (“El infierno como rechazo definitivo de Dios”, 3).
Aunque para algunos estas palabras del Papa provocaron polémica al no mencionar la existencia del castigo eterno por medio del fuego, tampoco negó la existencia del infierno aunque le dio un sentido espiritual antes que concreto y material. Algunos fieles y teólogos católicos como Hans Kung, han rechazado la existencia del infierno por considerarla incompatible con el amor de Dios, mientras que otros afirman que Dios aplica la justicia al enviar al infierno eterno a las almas que no han aceptado a Jesucristo como su salvador.
Sin embargo hay consenso en creer que no es Dios quien envía el alma al cielo, al purgatorio o al infierno, sino que es el alma misma, por sus actitudes y obras durante su existencia terrenal, quien decide libremente su destino final.
Ha causado mucha confusión y desconcierto el que los primeros traductores de la Biblia tradujesen sistemáticamente tanto el Sheol hebreo como el Hades griego y la Gehena por la palabra infierno. La simple transliteración de esas palabras en ediciones revisadas de la Biblia no ha bastado para paliar de modo importante esta confusión y malentendido.
Por otra parte tanto la teología católica como la copta describen un estado intermedio entre el cielo y el infierno, que es el purgatorio, lo cual no es aceptado por la Iglesia Ortodoxa.
El purgatorio es un estado transitorio de purificación y expiación donde después de su muerte, las personas que han muerto sin pecado mortal pero que han cometido pecados leves no perdonados, tienen que purificarse antes de poder acceder a la visión beatífica de Dios. El tipo de penas que se padecen en el purgatorio son equivalentes a las del infierno, en el sentido de que se siente la lejanía de Dios, pero no son eternas.
La mayoría de iglesias protestantes rechazan la creencia en el purgatorio ya que, como describió Martín Lutero, es una invención humana que confunde a la persona.
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