¿Por qué la Iglesia acepta el Evangelio de San Juan y no el Evangelio apócrifo de Judas? ¿Cuál es el criterio para saber qué libros son de la Biblia y cuáles no? La respuesta es que la Iglesia considera como libros canónicos a aquellos que están inspirados por Dios, por eso acepta el Evangelio de San Juan como un libro de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio apócrifo de Judas. Aquí, en este criterio de discernimiento, aparecen dos conceptos que merece la pena estudiar más a fondo: la canonicidad y la inspira
La Biblia católica y la ortodoxa están formadas por 43 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo. ¿Por qué esos 43, y no 40 ó 52, por ejemplo?
Los libros reconocidos como Sagrada Escritura son llamados canónicos, de kanon, una palabra griega que significa “medida”, “norma”, porque esos libros son normativos para la fe ya que están inspirados por el Espíritu Santo y contienen la palabra de Dios.
Por canonicidad se entiende el reconocimiento que la Iglesia hace de un libro considerándolo sagrado, es decir, inspirado por Dios. La inspiración es el resultado de la acción carismática de Dios en el hagiógrafo, o escritor sagrado, el cual, usando de todas sus facultades y talentos (modo humano) y obrando Dios en él y por él (modo divino), pone por escrito todo y sólo lo que Dios quiere.
El canon de la Iglesia recoge todos los libros que la Iglesia reconoce como sagrados, es decir, de origen divino. A los libros incluidos en el canon se les llama canónicos y se dice que la Iglesia reconoce su canonicidad. Entre estos términos se establece la siguiente correlación: se considera canónicos a los libros sagrados; se considera sagrados a los libros que tienen a Dios por autor; y tienen a Dios por autor los libros que están inspirados por Él. Así se ve el vínculo entre los dos conceptos: canonicidad e inspiración están estrechamente unidos.
La revelación
Para entender a fondo la canonicidad y la inspiración, hay que partir de un concepto clave en la teología católica: la revelación. Es un tema que ya abordé en las cartas Segunda y Tercera de la serie Les transmito lo que recibí, y que aquí sólo quiero tocar por encima.
La revelación tiene un carácter sobrenatural, es decir, no es un conjunto de ideas fruto de la conciencia individual o colectiva del ser humano, sino una comunicación interpersonal que Dios ha establecido con el hombre. Esta comunicación se ha efectuado en la historia humana de un modo progresivo, hasta que llegó su plena y definitiva manifestación en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. La revelación no es una filosofía que los seres humanos se construyen, sino una palabra divina. Esa revelación la encontramos en la Iglesia. Cristo entregó su verdad y su gracia a la comunidad de sus discípulos para que ellos las transmitieran a todas las generaciones (Cf. Mt 28,18-20). Por tanto, la comunidad de los discípulos de Cristo, que es la Iglesia, ha recibido la revelación cristiana íntegra y completa, para transmitirla fiel e inalterablemente a todos los seres humanos. Así, lo que Cristo confió a los Apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo
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