verdad que, a partir de Los Evangelios no se puede construir una biografía completa de Jesucristo porque nos faltan muchos datos, pero sí se puede afirmar que los hechos y los dichos que nos presentan son fundamentalmente históricos, aunque puede haber diferencias de enfoques.
Los autores de los textos no quisieron escribir una biografía al estilo moderno, sino que buscaron transmitir fielmente, dentro de sus capacidades, los hechos y los dichos de Jesucristo, tal como se hacía en el mundo judío de entonces.
En Los Evangelios se basa casi exclusivamente el conocimiento histórico acerca de Jesús de Nazaret, ya que los escasos testimonios extracristianos sólo tienen un valor meramente complementario.
Las cuestiones sobre la verdad histórica acerca de Jesucristo no son sólo objeto de estudio de la historia, sino también de la teología.
La fe cristiana es una fe en hechos históricos con los que Dios realizó la salvación. La historia y la fe están ligadas indisolublemente. Por ello, si se descarta la verdad sobre el Jesús histórico, como secundaria y sin importancia, frente a la fe en el Cristo de la Iglesia, se desvirtúa la profesión de fe cristiana.
La tradición sobre Jesucristo muestra una sólida base histórica, aunque hay muchos elementos que no se pueden determinar históricamente y otros que presentan claras contradicciones.
Estos elementos de duda o de contradicción no nos deben escandalizar, sino que forman parte del dinamismo de la fe, que va más allá de la seguridad de nuestro saber racional para centrarse en Dios como garante de lo que creemos.
Nuestra fe en Jesucristo no es irracional y está sólidamente fundada en la historicidad de los testimonios y de los hechos, pero no es deducible de ellos de modo automático.
Sigue siendo necesaria la gracia, que “es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada, ser hijos de Dios (Cf. Jn 1,12-18), hijos adoptivos (Cf. Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (Cf. 2 Pe 1,3-4), de la vida eterna (Cf. Jn 17,3)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1996).
La gracia “es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2001).
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