POR ROBERTO DIAZ
La historia que no siempre leemos
No, no hablaré de tales acontecimientos, porque de ellos se han ocupado con suficiencia los medios de información a nuestro alcance.
Por de pronto, mi interés no es el de analizar los llevaderos u onerosos sucedidos en la Nación durante la etapa de más de cien años, que alguien incursionó alevosamente y sin necesidad, sino el de retroceder a otras épocas pretéritas; tal vez, a unos seiscientos o setecientos años, cuando la Historia menciona los arriesgados orígenes de iniciales impugnadores de algunas de las teorías religiosas vigentes, contra la impenetrable tenacidad de la Iglesia Romana.
Entonces, a mediados del siglo XII surgió Pierre de Valdo (1140-1217), rico comerciante francés, que vendió sus bienes, en apoyo de los pobres, para luchar contra la corrupción eclesiástica. El Papa Alejandro III lo excomulgó en 1181 y el Concilio de Verona (Véneto) lo persiguió en 1184¸ medidas que lo obligaron a huir a la Bohemia checa, en donde falleció.
Luego, apareció el teólogo inglés John Wycliffe (1330-1384), opuesto a la tradición dominante de la Iglesia y a la acumulación de sus tesoros, además de disentir con ciertas liturgias ortodoxas. Tradujo la Vulgata (versión latina de la Biblia) al inglés y se preocupó por la situación del campesinado, pero falleció de muerte natural en 1384. Pese a los años transcurridos, no se olvidaron de él, pues el Concilio de Constanza (Alemania) de 1415, hizo exhumar su cuerpo y lo mandó quemar en 1428.
Otro de los seguidores de Wycliffe fue Jan Hus (1369-1415), sacerdote, filósofo y rector de la Universidad de Praga. También reprochó la riqueza y la inmoralidad del Clero; excomulgado en 1411, lo citaron al Concilio de Constanza para que se retractara de sus críticas y, al negarse, sucumbió en la pira.
Igual mala suerte le tocó a Jerónimo de Praga (1380-1416), progresista religioso checo que, sospechado de continuar con las censuras de sus consejeros Wycliffe y Hus, el propio Concilio lo declaró hereje y ordenó quemarlo vivo en l416.
Los valdenses y lolardos ingleses pobres, que sobrevivieron al acoso oficial, influyeron en el resurgimiento de La Reforma; Cisma del siglo XVI, que tuvo varios intérpretes, favorecidos por la pérdida hegemónica de emperadores y del papado, ante el avance turco en Europa.
En realidad, el primer fundador con prestigio rebelde se llamó Martín Lutero (1483-1546), monje y teólogo agustino, contrario a la doctrina sobre la Salvación y a la venta de indulgencias. Al negar la autoridad del Papa fue excomulgado, pero halló refugio en el castillo Warfbug (1521) de Federico III, el Sabio (1463-1525), príncipe elector de Sajonia (Alemania), desde donde lanzó sus proclamas reformistas, que se extendieron por casi todo el continente europeo. Le siguió Ulrico Zuinglio (1484-1531), que impuso en Ginebra (Suiza) nuevas prácticas en el Dogma.
En 1536 asomó el teólogo francés Juan Calvino -Chauvin- (1509-1564), propulsor de la iglesia presbiteriana que, con los hugonotes, se estableció en Francia y en los Países Bajos.
La intolerancia de Calvino mandó a la hoguera a Miguel Servet (1511-1553), prelado médico, descubridor de la circulación de la sangre, con el que había tenido serias disputas.
La iglesia anglicana se instauró en 1534, a raíz de las controversias matrimoniales de Enrique VIII (1491-1547), afirmada por Eduardo VI (1537-1553) e Isabel Iª (1533-1603), que envió al cadalso (1569) a la reina de Escocia, María Estuardo, víctima del fanatismo religioso.
Jansenio (Cornielle Jansen-1585/1638-), teólogo holandés, creador del jansenismo, estuvo inspirado en teorías sobre la Gracia.
Sectas radicalizadas emergieron entre los siglos XVII y XVIII, como los anabaptistas, cuáqueros, puritanos, mormones, adventistas, metodistas, evangelistas...; la mayoría se ubicó en los Estados Unidos.
Después de crueles y devastadoras guerras de religión (la Noche de San Bartolomé<>- 23/24 de agosto de 1572- y la Guerra de los Treinta Años -1618/1648- <>, por elegir las principales), el Edicto de Nantes -1798- y la Paz de Westfalia -1648-, garantizaron la permanencia definitiva de la Protesta (lleva sumado unos quinientos millones de adeptos, incluido miles de clanes en que se halla dividida), que tiene como fuente común, la Biblia y la condición de laicos de sus miembros.
La conclusión de esta sinopsis sobre el protestantismo es para poner en evidencia la libertad con que se conducen hoy sus pastores, delante de muchísimos oyentes o fieles y, en homenaje a los primeros perseguidos y entregados a la hoguera, por el celo extraviado de la Iglesia de aquellos tiempos.
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