Ha llegado hasta nuestros días una historia contada por los padre del desierto, en ella aparecen dos hombres ancianos que habían vivió juntos durante años y nunca se habían peleado. Un día, uno de ellos le dijo al otro: “Discutamos con otra persona como hace tanta gente”.
“No se como surgen las discusiones”, dijo su compañero.“Bueno,- dijo el primero.- pondré un ladrillo aquí, entre los dos, y diré: Esto es mió. Luego, tu puedes decir: No, es mió, entonces podremos discutir”.
Colocaron el ladrillo entre ambos, y el primer hombre dijo:”Esto es mió”.
Su compañero contesto:”Esto no es así, porque es mió”.
Ante esta respuesta el primero dijo:”Si eso es así, y el ladrillo es tuyo, cógelo y sigue tu camino”. Y no fueron capaces de discutir.
Se ha escrito mucho acerca de los santos cristianos; uno de los aspectos que más destaca de ellos es que abrieron el corazón por completo ante un mensaje extremadamente sencillo, que solo hablaba del que más aman por encima de cualquier otro.
Hace veinte siglos, Jesús se dirigió a hombres y mujeres con palabras sencillas; les hizo una promesa y despertó en sus corazones el deseo de mantenerse cerca de él. A lo largo de su vida, Jesús instruyo a través de sus acciones, y cuando llego su hora de morir, alcanzo el Paraíso.
“Venid, seguidme”, había dicho a sus discípulos, y aunque el camino no era fácil de ver, le siguieron. Jesús y la gran multitud de hombres y mujeres que más tarde le siguieron trazaron un camino que ha desembocado en una de las religiones mas importantes de mundo en la actualidad.
En un camino cuyos pilares son los sencillos principios de amar y compartir; es un camino cuyas recompensas son eternas y plenas. Las vidas de los santos son el testimonio del júbilo de seguir a Cristo, y el cariño con el que los recordamos mantiene viva la llama de su amor.
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