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Roberto Fonseca M, presenta la cultura en el marco del Judeo cristiano.
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sábado, julio 26, 2008
A la Memoria de San Pablo y sus discìpulos
viernes, julio 25, 2008
La Encíclica Polemica contra del Control de la natalidad
ROMA, 25 Jul. 08 / 02:05 am (ACI).- El director de L'Osservatore Romano (LOR), Giovanni Maria Vian, dedicó su último editorial a destacar la importancia de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI como "signo de contradicción" en el mundo actual y en el tiempo en que fue publicada, al celebrarse hoy los 40 años de su aparición en 1968.
En el artículo titulado "Un signo de contradicción", Vian recuerda que "hace cuarenta años, el 25 de julio de 1968, Pablo VI firmaba la Humanae Vitae, la encíclica que condenaba la anticoncepción con métodos artificiales, el hedonismo y las políticas de planificación familiar, con frecuencia impuestas a los países pobres por aquellos más ricos".
Seguidamente señala que "apenas publicado, el 29 de julio, el texto generó una oposición sin precedentes al interior de la misma Iglesia Católica".
"Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio –escribe en 1995 el Cardenal Joseph Ratzinger– se ha convertido tanto en un signo de contradicción como esta encíclica que Pablo VI ha escrito a partir de una decisión profundamente dolorosa'".
Tras precisar que "sobre este tema crucial el Papa Montini no cambió su actitud", Vian subraya que la Humanae Vitae "es coherente con las importantes novedades conciliares sobre el concepto de matrimonio".
A continuación el director de LOR destaca que en la encíclica en cuestión, Pablo VI subraya que "si no se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar".
Giovanni Maria Vian recuerda luego que antes de la Humanae Vitae una comisión pontificia tuvo el encargo, culminado en 1966, de hacer un estudio de población, familia y natalidad que lamentablemente concluía a favor "de la anticoncepción en el marco de una 'paternidad responsable'. Sin embargo Pablo VI no se sintió ligado a estas conclusiones, y por su decisión fue criticado y atacado".
"Auténtico signo de contradicción, la Humanae Vitae no es recordada con mucho gusto, ciertamente por su enseñanza exigente y contracorriente. Pero también porque no es útil para el juego recurrente que pone a los Papas uno contra otro, método tal vez útil desde el punto de vista historiográfico para delinear obvias diversidades, pero para ser rechazado cuando es usado instrumentalmente, como sucede con frecuencia sobre todo en el panorama mediático", relata.
El director de LOR recuerda también que los cardenales Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger apoyaron la Humanae Vitae; y resalta que esta encíclica enfrenta el "problema del control de los nacimientos, que ya el 23 de junio de 1964 el Papa (Pablo VI) definía como 'extremadamente grave' porque 'toca los sentimientos y los intereses más cercanos a la experiencia del hombre y la mujer'".
Para leer el artículo completo, puede ingresar a: http://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=182
La historia immemoria de los primeros protestantes contra la Iglesia
POR ROBERTO DIAZ
La historia que no siempre leemos
No, no hablaré de tales acontecimientos, porque de ellos se han ocupado con suficiencia los medios de información a nuestro alcance.
Por de pronto, mi interés no es el de analizar los llevaderos u onerosos sucedidos en la Nación durante la etapa de más de cien años, que alguien incursionó alevosamente y sin necesidad, sino el de retroceder a otras épocas pretéritas; tal vez, a unos seiscientos o setecientos años, cuando la Historia menciona los arriesgados orígenes de iniciales impugnadores de algunas de las teorías religiosas vigentes, contra la impenetrable tenacidad de la Iglesia Romana.
Entonces, a mediados del siglo XII surgió Pierre de Valdo (1140-1217), rico comerciante francés, que vendió sus bienes, en apoyo de los pobres, para luchar contra la corrupción eclesiástica. El Papa Alejandro III lo excomulgó en 1181 y el Concilio de Verona (Véneto) lo persiguió en 1184¸ medidas que lo obligaron a huir a la Bohemia checa, en donde falleció.
Luego, apareció el teólogo inglés John Wycliffe (1330-1384), opuesto a la tradición dominante de la Iglesia y a la acumulación de sus tesoros, además de disentir con ciertas liturgias ortodoxas. Tradujo la Vulgata (versión latina de la Biblia) al inglés y se preocupó por la situación del campesinado, pero falleció de muerte natural en 1384. Pese a los años transcurridos, no se olvidaron de él, pues el Concilio de Constanza (Alemania) de 1415, hizo exhumar su cuerpo y lo mandó quemar en 1428.
Otro de los seguidores de Wycliffe fue Jan Hus (1369-1415), sacerdote, filósofo y rector de la Universidad de Praga. También reprochó la riqueza y la inmoralidad del Clero; excomulgado en 1411, lo citaron al Concilio de Constanza para que se retractara de sus críticas y, al negarse, sucumbió en la pira.
Igual mala suerte le tocó a Jerónimo de Praga (1380-1416), progresista religioso checo que, sospechado de continuar con las censuras de sus consejeros Wycliffe y Hus, el propio Concilio lo declaró hereje y ordenó quemarlo vivo en l416.
Los valdenses y lolardos ingleses pobres, que sobrevivieron al acoso oficial, influyeron en el resurgimiento de La Reforma; Cisma del siglo XVI, que tuvo varios intérpretes, favorecidos por la pérdida hegemónica de emperadores y del papado, ante el avance turco en Europa.
En realidad, el primer fundador con prestigio rebelde se llamó Martín Lutero (1483-1546), monje y teólogo agustino, contrario a la doctrina sobre la Salvación y a la venta de indulgencias. Al negar la autoridad del Papa fue excomulgado, pero halló refugio en el castillo Warfbug (1521) de Federico III, el Sabio (1463-1525), príncipe elector de Sajonia (Alemania), desde donde lanzó sus proclamas reformistas, que se extendieron por casi todo el continente europeo. Le siguió Ulrico Zuinglio (1484-1531), que impuso en Ginebra (Suiza) nuevas prácticas en el Dogma.
En 1536 asomó el teólogo francés Juan Calvino -Chauvin- (1509-1564), propulsor de la iglesia presbiteriana que, con los hugonotes, se estableció en Francia y en los Países Bajos.
La intolerancia de Calvino mandó a la hoguera a Miguel Servet (1511-1553), prelado médico, descubridor de la circulación de la sangre, con el que había tenido serias disputas.
La iglesia anglicana se instauró en 1534, a raíz de las controversias matrimoniales de Enrique VIII (1491-1547), afirmada por Eduardo VI (1537-1553) e Isabel Iª (1533-1603), que envió al cadalso (1569) a la reina de Escocia, María Estuardo, víctima del fanatismo religioso.
Jansenio (Cornielle Jansen-1585/1638-), teólogo holandés, creador del jansenismo, estuvo inspirado en teorías sobre la Gracia.
Sectas radicalizadas emergieron entre los siglos XVII y XVIII, como los anabaptistas, cuáqueros, puritanos, mormones, adventistas, metodistas, evangelistas...; la mayoría se ubicó en los Estados Unidos.
Después de crueles y devastadoras guerras de religión (la Noche de San Bartolomé<>- 23/24 de agosto de 1572- y la Guerra de los Treinta Años -1618/1648- <>, por elegir las principales), el Edicto de Nantes -1798- y la Paz de Westfalia -1648-, garantizaron la permanencia definitiva de la Protesta (lleva sumado unos quinientos millones de adeptos, incluido miles de clanes en que se halla dividida), que tiene como fuente común, la Biblia y la condición de laicos de sus miembros.
La conclusión de esta sinopsis sobre el protestantismo es para poner en evidencia la libertad con que se conducen hoy sus pastores, delante de muchísimos oyentes o fieles y, en homenaje a los primeros perseguidos y entregados a la hoguera, por el celo extraviado de la Iglesia de aquellos tiempos.
jueves, julio 24, 2008
El ateísmo irresistible como tendencia a la precariedad intelectual
Ni siquiera hay descrédito en que el ateísmo de hoy siga siendo como el de ayer. Quizá se han perdido adherencias antiburguesas –por ejemplo- y se ha perdido también una cierta asunción de tragedia y reto y anticonvencionalismo que cofundaba la aludida superioridad intelectual. Christopher Hitchens dice algo así como que el hecho de que el barco de la vida vaya a naufragar no implica que tengamos que viajar en tercera clase. Al margen de que el ateísmo no esté a la altura de su puritanismo antiguo, Hitchens tiene razón: estamos hechos de tal modo que la trama de una vida no necesita de una fe religiosa para ser vivida; pueden bastar nuestros afectos, nuestros intereses o la mera inercia de vivir. Nuestra predisposición a lo que entendemos como mal no implica que no tengamos disposiciones de bondad natural: estamos hechos para tenernos un grado de piedad y de estima en la misma medida que un grado de desconfianza. En cualquier caso, el abandono de la noción dramática de la vida implica su menor valoración y una mayor debilidad en su significado. Un ejemplo: se empieza pidiendo la eutanasia porque una vida es presuntamente indigna y luego habrá quien se vuele la cabeza a la muerte de su cantante favorito. Otro ejemplo: el cristianismo quiso la presencia de los niños deficientes en la sociedad en tanto que hoy nuestros gobiernos avanzados postulan su aborto.
En las obras de Hitchens, de Dennett, Grayling, Michel Onfray, Sam Harris y Richard Dawkins vuelve a rechazarse la fe como superstición. Quizá alguien debiera hacer examen de conciencia al vivir en una Europa tan ilustrada que vuelve a tener al papado como referencia moral e intelectual, por algo más que cuestiones de coherencia. En todo caso, conceptuar al hombre como animal meramente racional es tomar la parte por el todo: la vida está hecha de afectos, de fe, de suposiciones, intuiciones, simpatías, aprensiones, responsabilidades e inteligencia sentimental en mayor medida que de una racionalidad que –en efecto- sirve para hacer carreteras o instalar placas solares aunque también para escribir la Suma Teológica. Hay una falta de comprensión del hecho de la fe: Dios no es sólo la manera de cuadrarlo todo, la razón final para que tenga sentido una muerte cercana o la pérdida de las llaves del coche. Pensar en Dios como consuelo está lejos de la aventura dramática de un creyente que lucha por su mejora y que espera además castigo o premio. La trascendencia de nuestras acciones es una llamada a la responsabilidad y a la dignidad, no al abandono. La fe amplifica todas las cosas y no le pone una capa de almíbar a la vida. No es lo mismo ser optimista que ser esperanzado. Dos mil años de catolicismo, por ejemplo, han generado una riqueza de conocimiento humano muy compleja y muy real: sí, las monjas saben algo del amor y el sufrimiento, de la incertidumbre y de la espera, de nuestra capacidad para el bien y para el mal. Nada de esto arrasa su interioridad humana. Más bien implica que se la han tomado enormemente en serio.
No hace falta recurrir a los regímenes ateos para pensar que la fe nos humaniza: el chimpancé al que se nos quiere comparar no se plantea la creencia. En la nueva oleada de libros ateos existe la misma impotencia que en los viejos: uno puede detenerse varios meses en cierta página de teodicea kantiana pero lo que no es demostrable es el ateísmo e incluso la amplia expansividad del materialismo no ha borrado realidades y aspiraciones de otro orden por parte de los hombres. Con frecuencia, el ataque a la fe usa armas demasiado contemporáneas: ayer fue el estructuralismo, hoy la psicología evolutiva. Si hay un cerrilismo cierto en volar la suma de fe y razón, cualquier creyente agradece la poda de la fe hasta ser simplemente fe y no otra cosa. Con mayor seriedad, la genética demuestra que no estamos predeterminados y la neurociencia avala la oración. Sin exagerarla, quizá la religiosidad natural tenga su elocuencia, igual que tenemos piernas para desplazarnos.
Por lo demás, la literatura puede nutrirse de obsesiones pero las obsesiones no son lo mismo que el rigor intelectual: parece mentira que tantos ateos no se hayan enmendado en este punto, que caigan tan fácil en el chiste comecuras o en las tablas de nuevos mandamientos. Al final, siempre está quien condena con ira a la ‘iglesia católica, apostólica y románica’, como dijo un famoso en un restaurante, cuando no llegan a decir cosas como ‘soy diagnóstico’, según afirmaba un chico de mi clase. Los ejemplos son malos pero a los ateos suele faltarles, en todo caso, cultura religiosa. En otro orden de cosas, cuesta pensar que el hombre religioso de hoy esté conociendo una primavera profética como para insistir más en el laicismo: un cristiano hoy necesita más explicación y causa mayor desconfianza, un no creyente es aceptado en todas partes, el creyente no en todas. Es incluso llamativo de un tiempo que nos insta tanto a la felicidad que el mayor índice de felicidad de los creyentes tampoco diga nada a nadie. La silicona y la viagra, las benzodiacepinas y el jamón de bellota, la felicidad hedónica y la química, en cambio, no son alienación. Este es un fuerte contraste con una ortodoxia católica –por ejemplo- tan flexible para admitir en su seno las cervezas de Chesterton, las invectivas de Mauriac, la prosa sin repaso de Santa Teresa o las filacterias ocultas de nuestro sombrío Pascal, por citar sólo a escritores. Por pereza intelectual hay quien se pierde muchas realidades. Tantos siglos y es la iglesia católica la más temida. No es temida sin razón: aún alardea de tener el esplendor de la verdad.
Seguramente el creyente pueda no tener nada que aprender de los intelectuales que se dedicaban a la filosofía del lenguaje mientras Europa era arrasada por las bombas. El hontanar magnífico del pensamiento filosófico-religioso del siglo XX no está en las páginas de Babelia, tomadas por el academicismo de la transgresión y sus pompas jabonosas. Baste pensar que el siglo XX incidió en la reflexión sobre el bien y el mal después de tanto mal: es una literatura mucho más religiosa que la del siglo XIX. La insistencia de los crímenes de la religión –pienso en Saramago- es un error de argumento: matar en nombre de Dios habla de la libertad humana para matar por cualquier cosa; en este sentido no es tan distinto que matar por el Atlético de Madrid. Por supuesto, no es dejarse llevar por el orgullo rechazar lecciones de moral –de moral sin compromiso- de un comunista. Por contraste, el hombre que se arrodilla ya sabe un par de cosas más que un ateísmo con tendencia irresistible a convertirse en una heroicidad del narcisismo. Nuestro temblor de piernas en pos de unos ideales tan sólo habla de nuestro temblor de piernas.
No será el Estado quien nos dé resguardo ante los nuevos debates éticos. La desaparición de la religión del debate público no sólo habla de falta de ambiciones intelectuales o de anemia de mejora espiritual sino que es una cortapisa a la libertad humana que la religión integra. Esto puede incluso afirmarse al margen de que la existencia o la inexistencia de Dios suela tener un efecto real en nuestras vidas. Como paso primero, la aspiración de libertad eclesial no debe entibiarnos a la hora de denunciar los abusos intelectuales de un laicismo que aparta un Belén, un crucifijo o una Biblia y parece bastante ajeno a saber que también aparta a un niño, a un muerto, a un libro, tantas cosas más propias de los bárbaros. Ese ‘pequeño número de los que creen’ transmite ahora no sólo los valores de Jerusalén sino también los de Atenas y de Roma.
El verdadero amor es incondicional y condicional ante Dios
Roberto Fonseca Murillo
Paz y gozo en el Todopoderoso
Dios es Amor
Con amor eterno te he amado dice Dios y nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos; son las palabras que más permanecen en el corazón de muchos de nosotros.Hay que recordar sin embargo que no todos son amigos del Señor, existe un condicional que debe cumplirse para verdaderamente te ser amigos del Señor:" Vosotros soy mis amigos, si hacéis lo que yo os mando Jn. 15,12. Lo que manda Dios es que nos amemos los unos a los otros y en eso conocerán que somos sus discípulos;La esencia del Cristianismo es parese ser el Amor, es decir lo que distingue al cristianismo de cualquier otro movimiento o Religión, es el amor.
El Amor Sintetiza
En Esto se sintetiza toda la ley, en amar al prójimo..El amor no hace mal al prójimo. Los judaizantes que quieren seguir cumpliendo la Ley cumplalá amando a los demás los cuales les rodean.
La Ley se Resume en el Decálogo recuerda, cinco demandan demostración del amor hacia Dios directamente y cinco exigen amor para con el prójimo de una manera practica. No hay duda que esa fue la enseñanza que El Maestro nos dejo también: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo"San Lucas 10,27.,todos lo sabemos y el Maestro nos dice también a nosotros;
haz esto, y vivirás, ¡pero no de un todo...!
El amor a los enemigos
Es fácil amar a los que simpatizan con notros o con los que tenemos simpatía o tiene nuestras mismas ideas o creencias, o nos toleran todo y nos lo cubren y no nos corrigen; que recompensa tendréis a satisfacción completa, amando a los que os aman ¿ No hacen lo mismo todos los que no me conocen como ustedes?. Por lo tanto amados hijos y amigos si queréis ser diferentes a todos
los demás que no conocen mis demandas y condiciones, amad a vuestros enemigos; y no te rehuse apoyarlo, ayudarlo y alentarlo siempre.
Si te quiere molestar más de la cuenta o de tu paciencia, aguantale y demuestrale que tu tienes la esencia del Cristiano y que Dios la manifiesta cuando hace salir e Sol sobre buenos y malos, por eso Dios Es Amor.
Recuerda que manifestarle el amor al enemigo es como colocar sobre el fuego un metal para ser purificado de todo malo. El amor manifestado verdaderamente es fuego que penetra en la mente y corazón de tu supuesto enemigo que esta herido o afligido y siente que le haz faltado el respeto y honra a su dignidad y ahora espera que tu se las devuelvas con algún gesto, actitud o acción; devuelvele su valor y lugar que el se lo merese y tu debes admitirlo.Si es todo lo contrario demuestra que tu no racionas o respondes como la mayoría y la esencia no te permite ser igual a esa mayoría.
La humildad es la condición fundamental para estar dispuesto a obedecer y admitir ante Dios y ante los Hombres nuestras debilidades y limitaciones y por lo tanto pedir perdón y estar dispuestos A perdonar. si no ¿para que repites el Padre Nuestro y conoces las Bienaventuranzas?.
Amad sin fingimiento
Dios humilla los arrogantes y exalta a los humilde, entendiéndolo en el sentido semántico bíblico y no como lo comprende practica mente los que no han entendido la Santa Palabra de Dios. Las precomprenciones tergiversan el sentido real del mensaje o las verdaderas intenciones del Señor al dirigirse a nosotros; es lo que permite que algunos tengan una conciencia cauterizada o incorrecta ante Dios y ante el prójimo y nada les es malo o súbita culpabilidad en ellos, de estos es de las cuales le dice San Pablo al joven Timoteo:" Estas están siempre aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad" 2 Ti.3,7.
Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él. Así que siempre el amor sea siempre sincero y sin fingimiento, aborreciendo siempre lo malo tanto para el amigo y el prójimo como para con el enemigo.
Características del amor
El verdadero amor no son palabras que se dicen al andar por la vida y de esto San Pablo nos hablo figurativamente en I Corintio 13. El Amor se expresa con actitudes y acciones en el momento que sea necesario con el Perdón, la Credibilidad, el Soportar, el Saber Esperar, el Saber Comprender, El Buscar el Bien del Otro, el no Guardar Rencor, al no creerse más Importante que el Otro, y saber sufrir junto al Otro.
Dios siempre nos conceda la posibilidad de poder hacer su santa voluntad en pensamiento, palabra y obra.
domingo, julio 13, 2008
Como Interpretar los pasajes dificiles de la Biblia
Pasajes difíciles de la Biblia: el peligro del fundamentalismo Dios es bueno, pero en la Biblia parece ordenar la masacre de pueblos enteros. ¿Cómo entenderlo? Las dificultades pueden superarse si aprendemos a leer la Biblia en su conjunto y en sus partes según los criterios de interpretación de la Iglesia católica. Vamos a recordar esos criterios y aplicarlos a un pasaje concreto. Encontramos en el libro de Josué un pasaje que narra la conquista de Jericó. Josué pide a los israelitas que consagren como anatema para Yahveh todo lo que se encontraba en la ciudad, menos a Rajab la prostituta y a su familia. Las murallas de Jericó caen, y los israelitas asesinan a hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, e incluso a los animales (cf. Jos 6,1-27). Un poco más adelante leemos cómo los gabaonitas, que vivían en la zona, estaban convencidos de que existía una terrible orden divina de exterminio. Tras haber engañado a Josué y conseguido una forma de “coexistencia pacífica” con los israelitas, explican el motivo de su mentira: “Le respondieron a Josué: ‘Es que tus siervos estaban bien enterados de la orden que había dado Yahveh tu Dios a Moisés su siervo, de entregaros todo este país y exterminar delante de vosotros a todos sus habitantes. Temimos mucho por nuestras vidas a vuestra llegada y por eso hemos hecho esto’” (Jos 9,24). Surge la pregunta al leer estos pasajes: ¿Dios habría dado la orden de exterminar a los pueblos que vivían en Palestina? En otras palabras: ¿es posible que Dios haya pedido a Josué que cometiese un acto que hoy nos parece claramente injusto? ¿Qué “culpa” podrían tener los civiles desarmados, los ancianos y los niños, las mujeres y los jóvenes, para ser asesinados? Además, ¿cómo justificar la conquista de una ciudad asentada durante muchos años en un lugar concreto? ¿Qué derecho tenían los israelitas de iniciar una guerra de invasión contra poblaciones que durante siglos habían vivido en aquella región? Son preguntas, es cierto, que nacen desde nuestro tiempo histórico, y que pueden parecen fuera de sitio al ser aplicadas a una época muy diferente de la nuestra. Sin embargo, sabemos que el asesinato de inocentes o que la guerra de exterminio son actos que siempre van contra la justicia, aunque un pueblo haya llegado a un nivel de ceguera que le impida ver la malicia de sus acciones. Pero entonces, ¿cómo Dios permitió en el pueblo elegido una actitud y unos comportamientos tan gravemente injustos? ¿No pudo haber revelado a los israelitas que nunca es lícito asesinar a inocentes, ni expulsar a una población de la tierra en la que vive? En el camino hacia la respuesta, hemos de tener presente qué es la Biblia para la Iglesia. Luego podremos recordar los criterios de interpretación que la Iglesia usa para leer cualquier pasaje de la Biblia, y aplicarlos al relato de la conquista de Jericó. ¿Cómo se lee la Biblia? Preguntémonos, para empezar: ¿qué sentido tiene para los católicos la Biblia en su conjunto y en sus distintas partes? Como enseña el Concilio Vaticano II, la Iglesia considera que Dios ha inspirado todos los libros recogidos en el “canon” (la lista de escritos que constituyen la Biblia). Decir que estos libros están inspirados significa afirmar que exponen con certeza y sin ningún error lo que Dios quiere enseñarnos para nuestra salvación, porque están escritos gracias a la acción del Espíritu Santo (cf. Dei Verbum, n. 11). Dios es el Autor de los distintos libros de la Biblia, y también es autor el hombre (escritor sagrado) que redacta bajo la luz de Dios y según sus talentos y cualidades humanas (cf. Dei Verbum, n. 11). Encontramos, así, dos acciones en los escritos sagrados: por un lado, la acción por la que Dios quiere comunicar su Palabra; por otro, la acción del hombre que comprende y expresa el mensaje según su modo humano de pensar. Teniendo esto presente, podemos preguntarnos: ¿cómo leer, cómo interpretar cada texto? La lectura de la Biblia, en la Iglesia, se realiza según unos criterios generales y, siempre, bajo la guía del magisterio (del Papa y de los obispos que enseñan unidos entre sí por lazos de comunión y en plena sintonía con el Papa). Vamos a ver esos criterios generales de interpretación y aplicarlos a nuestro pasaje. a. Primero, hay que identificar cuál es el género literario usado por el autor de cada libro. Según dice Dei Verbum (n. 12), “para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres”. En el caso de la conquista de Jericó, el autor escoge el género de campaña militar, según la mentalidad de una época histórica en la que grupos humanos y tribus enteras pensaban que el derecho de conquista podría justificar la eliminación de las poblaciones vencidas. Además, el pueblo de Israel (y el autor sagrado es hijo de su pueblo) pensaba que ese derecho de conquista, como tantas otras tradiciones, venía directamente de Dios. Hoy, ciertamente, reconocemos la atrocidad de la matanza de inocentes en cualquier guerra, del pasado o del presente. Pero aquel tiempo era muy diferente. Hemos de recordar, además, que Dios, en la elaboración de la Biblia, “condesciende” (cf. Dei Verbum n. 13) con los hombres y permite que elementos importantes de su mensaje queden expresados a través de palabras escritas por hombres frágiles, incluso pecadores, en un ropaje que nos puede parecer indigno, pero que es simplemente eso: lo que pensaba y vivía un grupo humano en una etapa concreta de su historia. Hace falta, por tanto, no limitarnos a la “letra” del texto escrito para evitar el peligro de caer en el fundamentalismo. Ello nos lleva a recurrir a otros criterios de interpretación sumamente importantes. Presentamos ahora conjuntamente dos de esos criterios: b. La Biblia necesita leerse “con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados” (Dei Verbum n. 12). En ese sentido, toda la Escritura adquiere comprensión plena a la luz de Cristo, que es el culmen de la Revelación y centro del mensaje que Dios quiere transmitir a los hombres. c. Hay que leer la Escritura en su unidad, de forma que ningún pasaje sea considerado de modo aislado, como si por sí mismo fuese suficiente para expresar el mensaje de Dios a los hombres. Además, el Antiguo Testamento, que contiene “algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos” (Dei Verbum n. 15) ha de leerse e interpretarse desde la plenitud de comprensión que recibe con el Nuevo Testamento (cf. Dei Verbum n. 16). Volvamos a nuestro texto para iluminarlo con los dos criterios que acabamos de mencionar. El Nuevo Testamento (el Antiguo Testamento se comprende en plenitud desde el Nuevo Testamento, desde Cristo) ofrece dos textos que interpretan el pasaje que estamos considerando del libro de Josué. El primer texto se encuentra en la Carta a los Hebreos. Allí leemos lo siguiente: “Por la fe, se derrumbaron los muros de Jericó, después de ser rodeados durante siete días. Por la fe, la ramera Rajab no pereció con los incrédulos, por haber acogido amistosamente a los exploradores” (Hb 11,30-31). El segundo texto se encuentra en la Carta de Santiago: “Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Rajab, la prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los mensajeros y haciéndoles marchar por otro camino?” (Sant 2,24-25). Estos dos pasajes del Nuevo Testamento interpretan la conquista de Jericó y el privilegio dado a Rajab en clave de fe y de obras: quien cree y se comporta de modo correcto se beneficia de la acción salvífica de Dios. No se habla de los otros aspectos del libro de Josué (la conquista de la ciudad, la entrega al “anatema” de hombres, mujeres, niños, animales), que quedan en la sombra y no son vistos como relevantes respecto de la pregunta con la que debemos leer la Biblia: ¿qué mensaje salvífico ofrece un pasaje concreto? La respuesta de estos dos textos del Nuevo Testamento para el pasaje que estamos considerando es clara: la fe lleva a la salvación, la falta de fe provoca la ruina de los hombres. d. Damos un paso adelante con la ayuda de otros criterios de interpretación. Uno se refiere a la Tradición viva de la Iglesia. Como enseña el Concilio Vaticano II, la Sagrada Escritura debe ser leída teniendo “en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (Dei Verbum n. 12, cf. nn. 8-10). Nos fijamos ahora en la Tradición. ¿Qué entendemos por “Tradición viva”? En ella se recoge la predicación que los Apóstoles legaron a los obispos que les sucedieron, y que se convierte en una “transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo”, que es “distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 78, que cita Dei Verbum n. 8). De modo especial, los Santos Padres recogen y reflejan esta Tradición viva, y nos permiten acceder en su integridad a la Revelación de Dios (que está recogida tanto en la Tradición como en la Escritura). Lo que acabamos de decir explica por qué el cristianismo no es una “religión del libro”: no se basa simplemente en un texto sagrado en el cual se encontraría todo y al cual se debería recurrir siempre, directamente, sin intermediarios ni interpretaciones. Sobre este punto, el Catecismo de la Iglesia católica n. 108, explica: “Sin embargo, la fe cristiana no es una religión del Libro. El cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo. Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45)”. e. Otro criterio, ya mencionado, es la analogía de la fe. Por analogía de la fe se entiende la trabazón profunda que existe entre las verdades cristianas, dentro del conjunto de la Revelación. En otras palabras, no se puede “sacar” de un pasaje bíblico una conclusión que vaya contra lo que entendemos en la lectura completa de la Biblia y de la Tradición. Es claro que si aplicamos la analogía de la fe es imposible interpretar la conquista de Jericó como si Dios hubiera ordenado un genocidio, sencillamente porque Dios es amante de la vida y, si no amase algo, no lo habría creado (cf. Sab 11,24-26). Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y así viva (cf. Ez 18,23). El Hijo no vino para condenar, sino para salvar a todo el que crea (cf. Jn 3,16-18). El seguidor de Cristo no puede desear que caiga fuego del cielo para destruir a los que no reciben al Señor (cf. Lc 9,51-56). Desde la ayuda y la integración de otros pasajes bíblicos podemos llegar a una lectura correcta del libro de Josué. Si, además, vemos la Tradición viva de la Iglesia y las enseñanzas constantes de los Papas y de los obispos, aparece claramente que la Iglesia no ha defendido nunca un “derecho de conquista” que implique la destrucción completa de un pueblo, sino que más bien ha condenado siempre cualquier crimen de inocentes, también en tiempo de guerra, porque va contra el quinto mandamiento, y porque nadie debería apoyarse en la Biblia para justificar ninguna guerra de agresión ni, mucho menos, el exterminio de un pueblo. Podemos añadir aquí que el pasaje de la conquista de Jericó, como otros pasajes bíblicos, fue interpretado por algunos Escritores eclesiásticos y Santos Padres de un modo alegórico, como una figura que escondía un significado más profundo. Por poner un ejemplo, Orígenes (siglos II-III) veía en la ciudad de Jericó una imagen del mundo; en Rajab, que acogió a los exploradores, encuentra un modelo de todos aquellos que reciben a los apóstoles por la fe y la obediencia; en el hilo escarlata que cuelga en su casa (cf. Jos 2,18) descubre una señal de la Sangre salvadora de Cristo (cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, 6,4). Existe, ciertamente, el peligro, ya señalado por santo Tomás de Aquino y recordado en un importante documento de la Pontificia Comisión Bíblica (El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n. 20), de exagerar en el uso de la alegoría y olvidar la importancia de los datos históricos. Lo que encontramos en el libro de Josué, en un estilo que ciertamente no es el de un cronista ni el de un historiador en el sentido moderno de la palabra, es la narración de la conquista de una de las ciudades de la tierra prometida. La conquista de Jericó es un dato histórico de un enorme dramatismo. Se coloca, por un lado, en el camino de Israel, el pueblo que sale de Egipto, que es ayudado por Dios para librarse de la opresión de los egipcios, que recibe unos mandamientos y unas promesas. Por otro lado, en el momento de la llegada, del asentamiento, de la conquista de unas tierras según un deseo divino que responde a la lógica de la promesa: si el pueblo será fiel, podrá vivir en libertad y tener una patria propia. La ocupación de la tierra prometida se realizó, como dijimos, según modos que reflejan una mentalidad muy lejana a la nuestra. El hecho de la matanza, de haber ocurrido, sigue un modo de pensar en el que el derecho de conquista “permitía” tomar medidas muy fuertes sobre los vencidos. Pero la lectura correcta del hecho, en el contexto de una intervención de Dios en la historia, no puede prescindir de que por encima de una acción injusta, y con un pueblo todavía necesitado de una profunda conversión, Dios estaba preparando un camino para ofrecer la salvación a los hombres, si éstos la aceptaban con una fe como la que, en un modo imperfecto, encontramos en Rajab. Además, notamos que la misma narración bíblica no nos habla de un exterminio completo de los pueblos que vivían en Palestina. Como vimos, los habitantes de Gabaón hicieron alianza con Josué (cf. Jos 9,3-27). Otros pueblos no fueron conquistados, y serán motivo de continuas guerras y aflicciones para los judíos. El autor sagrado interpretó este hecho como parte de la voluntad de Dios, que habría querido “probar” a su pueblo para ver si mantenía o no su fidelidad. Sabemos que el pueblo no fue fiel: se unió con los pueblos vecinos y cayó en la idolatría y en numerosos males y derrotas (cf. Jue 2,20-3,8). Está claro que siempre será incorrecto considerar a los pueblos vecinos simplemente como objeto de odio o de desprecio por parte de Dios. Aunque Israel tiene clara conciencia de ser un pueblo elegido, predilecto, amado, necesita reconocer que su elección está en función del amor que Dios tiene también a otros pueblos. Lo señala expresamente la Pontificia Comisión Bíblica en el documento antes citado: “La elección de Israel no implica el rechazo de las demás naciones. Al contrario, presupone que las demás naciones pertenecen también a Dios, pues ‘la tierra le pertenece y todo lo que en ella se encuentra’ (Dt 10,14), y Dios ‘ha dado a las naciones su patrimonio’ (32,8). Cuando Israel es llamado por Dios ‘mi hijo primogénito’ (Ex 4,22; Jr 31,9) o ‘las primicias de su cosecha’ (Jr 2,3), esas mismas metáforas implican que las demás naciones forman parte igualmente de la familia y de la cosecha de Dios. Esta interpretación de la elección es típica de la Biblia en su conjunto” (El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n. 33). Es posible, además, realizar una lectura más precisa sobre este relato y sobre los diversos pasajes del Antiguo Testamento que hablan del “anatema”. ¿En qué consiste el “anatema”? En consagrar a Dios el botín y los despojos de los derrotados, para evitar cualquier contaminación con las religiones presentes en Palestina. En Dt 13,13-19 la orden de destrucción completa afecta no sólo a los extranjeros, sino a aquellas ciudades de Israel (es decir, a los mismos judíos) que se aparten de la Alianza y den culto a otros dioses. En realidad, ya vimos que no todos los pueblos fueron exterminados. Con el pasar del tiempo, muchos de los pueblos hostiles dejaron de existir en Palestina. Entonces, ¿cómo entender el anatema? Lo explica el documento que citamos antes: “En el tiempo de la composición del Deuteronomio así como del libro de Josué, el anatema era un postulado teórico, puesto que en Judá ya no existían poblaciones no israelitas. La prescripción del anatema pudo ser el resultado de una proyección en el pasado de preocupaciones posteriores. En efecto, el Deuteronomio se preocupa de reforzar la identidad religiosa de un pueblo expuesto al peligro de los cultos extranjeros y de los matrimonios mixtos” (El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n. 56). En ese contexto, pueden darse tres interpretaciones del anatema, expresados en el mismo n. 56 del documento que acabamos de citar: -primero, teológico: reconocer la tierra como un dominio del Señor; -segundo, moral: evitar al pueblo cualquier posible tentación que pueda dañar la propia fidelidad a Dios; -tercero, sociológico: la tentación del pasado que puede darse en el presente “de mezclar la religión con las formas más aberrantes de recurso a la violencia” (El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n. 56). Esa tercera interpretación del anatema, podemos decirlo con seguridad, no corresponde al proyecto de amor de Dios. En otras palabras, Dios no quiso de ningún modo que fueran eliminados seres inocentes en la conquista de ciudades por parte de los judíos. Quizá para más de uno quedaría por responder una pregunta que surge al leer la Biblia: ¿por qué no simplificar el texto sagrado? ¿No sería mejor dejar de lado un Antiguo Testamento difícil de entender, con pasajes como el de la conquista de Jericó que resultan “escandalosos”? ¿No lograríamos así un cristianismo más asequible al mundo moderno? La respuesta está en comprender la naturaleza de la Biblia: es un único libro, en el que Cristo ocupa el lugar central, y en el que cada pieza tiene su valor. El Antiguo Testamento no es un “lastre”, sino un elemento clave de la Revelación, un conjunto de libros que nos lleva a comprender mejor la acción salvadora de Dios en su Hijo encarnado. Como recordaba la Pontificia Comisión Bíblica en el texto antes citado: “Sin el Antiguo Testamento, el Nuevo sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse” (El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n. 84). O, como decía san Agustín, “en el Antiguo Testamento está velado el Nuevo, y en el Nuevo está la revelación del Antiguo” (La catequesis de los principiantes, IV,8). En conclusión, los pasajes difíciles de la Biblia adquieren su inteligibilidad a la luz de una lectura realizada dentro de la fe de la Iglesia, según unos criterios de interpretación que nos dan la llave para la comprensión de un texto que narra una historia maravillosa: la de la llamada de un Dios que ama a los hombres; y la de la respuesta de los hombres que, en medio de las mil peripecias de la vida, y con límites debidos a las distintas épocas de la historia, se dejan guiar y maduran su respuesta de amor a quien tanto nos ha amado. (Para profundizar, cf. Curso de la Biblia del P. Antonio Rivero L.C., especialmente http://es.catholic.net/conocetufe/804/2778/articulo.php?id=27363 ). La Biblia dice que no hay Dios |
Contacto con el I Códice Sinaiticus el texto más antiguo de la Biblia
l Códice Sinaiticus, el texto es más antiguo de la Biblia
Un proyecto en Internet busca reunir el texto más antiguo del mundo del Nuevo Testamento.
El Códice Sinaitucus contiene el texto más antiguo del mundo del Nuevo Testamento. |
Roma. Recientemente se ha iniciado en Internet un proyecto para reunir todas y cada una de las partes del Códice Sinaitucus, que contiene el texto más antiguo del mundo del Nuevo Testamento.
L'Osservatore Romano (LOR) explica que es "uno de los testimonios en los que se basa nuestro conocimiento de la Biblia en griego".
En entrevista concedida a Silvia Guidi de LOR, Franceso D'Auito, profesor de Filología e historia bizantina en la Universidad de Roma Tor Vergata y especialista de manuscritos griegos antiguos y medievales de la Biblia, explica que hasta el momento lo obtenido "son los primeros resultados de un proyecto internacional que reúne a la British Library, el Monasterio de Santa Caterina del Sinaí, la Biblioteca Nacional de San Petersburgo y la biblioteca universitaria de Leipzig".
D'Auito precisa que el proyecto "debería concluirse en 2010, al completarse la digitalización del códice y con la puesta en disposición de todos los que en la red, gratuitamente, pueden colocar imágenes de alta resolución del manuscrito completo: al menos para que se tenga todo junto, y que por ahora se conserva dividido entre las cuatro bibliotecas involucradas en esto".
Seguidamente el experto explica que este manuscrito es muy importante porque "en pocas palabras, es uno de los pocos manuscritos antiquísimos que están en la base de todas nuestras ediciones de la Biblia en griego".
"Han sido copiados en cuatro columnas (en dos los libros poéticos) contiene también dos textos patrísticos: la carta de Bernabé y el Pastor de Erma".
Junto con el Códice Vaticanus y el Alejandrino, de la British Library que es más reciente, del siglo V, "nos permiten acercarnos cuanto nos es posible a la fecha de la traducción del hebreo al griego antiguo".
El sitio web en donde se podrá apreciar este proyecto es: www.e-manuscripts.org
San Mateo sobre la indisolubilidad del matrimonio
Francisco José Arnaiz S.J. Es muy interesante la segunda parte del pasaje del evangelio de San Mateo sobre la indisolubilidad del matrimonio. Después de establecerla firmemente, prosigue así el texto de Mateo: “Dícenle (los fariseos): entonces) por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio o repudiar a la mujer? Respondióles: Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no era así. Ahora bien, yo os digo que quien repudiare a su mujer, salvo el caso de adulterio, y se casare con otra, comete adulterio. Dícenle los discípulos: si tal es la condición del hombre respecto a su mujer, no trae cuenta casarse. Él les respondió: no todos entienden este lenguaje, sino solamente aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno y hay eunucos hechos por los hombres y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19, 3-12). Ante este texto son muchos los teólogos que se preguntan si esa indisolubilidad del matrimonio, proclamada por Jesucristo, es, de acuerdo a sus palabras una ley absoluta o una norma ideal. Si es ley absoluta, no permite excepción alguna. Si norma ideal - ideal de perfección - permite benignidad en casos particulares. Hay quienes defienden lo primero, quienes defienden lo segundo y quienes optan por una posición intermedia, afirmando que la voluntad de Dios es ley que permite excepciones en casos particulares en virtud del poder otorgado al Vicario de Cristo en la suprema potestad, a él concedida, de atar y desatar. La primera es la posición tradicional de la Iglesia. Se apoya en la palabra de Dios y en el magisterio o enseñanza continuada de la Iglesia. El libelo de repudio mosaico Cristo lo condena claramente y lo juzga exclusivamente como una permisión temporal acomodaticia a la dureza de corazón de los judíos. El caso de adulterio, citado por el evangelista Mateo, lo interpretan de diversos modos, negándole siempre categoría de excepción. Unos explican que la palabra de Mateo -porneia- no significa adulterio sino concubinato o falso matrimonio. Otros traducen la frase en sentido preteritivo “sea lo que sea de adulterio”. Otros en sentido inclusivo “incluyendo aun el caso de adulterio”. Otros afirman que Mateo aduce el caso real del adulterio sin decir qué se debe hacer en este caso. Y otros, finalmente, aducen que ese paréntesis no pertenece al logion o palabras textuales de Jesús, sino que era un problema de la cristiandad de Mateo que era judío-cristiana. La segunda posición decíamos que sostenía que la indisolubilidad del matrimonio es una norma ideal que permite benignidad en casos particulares. Entre los que la defienden los hay menos y más liberales. Se apoyan en que la exhortación a la indisolubilidad está: en la línea de las bienaventuranzas; en la permisión mosaica de poder dar libelo de repudio; en la interpretación literal del texto de Mateo que introduce ya una excepción; en la tradición y legislación vigente de la Iglesia Católica Ortodoxa oriental que permite el divorcio en caso de adulterio, sin que esto haya sido condenado nunca; en el privilegio paulino y petrino que se permite la ruptura del matrimonio en favor de la fe; y en la posibilidad de anular los matrimonios ratos y no consumados. Los que sostienen esta posición, subrayan sobre todo que en nuestra situación actual hay que acogerse también a la “dureza de corazón” de la que habla Cristo en el evangelio. Estamos en nuestros días en una situación similar o peor que la de entonces. La tercera posición proclama que la indisolubilidad es ley que permite excepciones, en casos especiales, en virtud del poder otorgado para ello al Vicario de Cristo en la potestad de atar y desatar. Tal capacidad de romper el matrimonio-canónico o sacramental jamás estaría en poder de los contrayentes. Su solubilidad, pues, jamás estaría en poder de los contrayentes. Los que defienden esta posición se basan: en el caso de adulterio traído por Mateo; en el privilegio paulino y petrino; en la práctica de la Iglesia Católica Ortodoxa Oriental; en algunos textos de Santos Padres; y en juristas romanos cristianos. Hay otra realidad insoslayable que no debemos soslayar. El matrimonio es indiscutiblemente una situación personal de los cónyuges, pero, en virtud de su referencia a la sociedad y de su repercusión ineludible en ella, necesariamente debe ser regulado por la comunidad, y surge así la legitimidad de que lo jurídico invada lo conyugal. Roma, genio de lo jurídico, lo percibió claramente y lo incorporó sabiamente a su mundo legislativo. De cara a una renovación jurídica del matrimonio en lo eclesial, a los actuales teólogos católicos les gusta definir el matrimonio en estos términos: “El matrimonio es la voluntad mutua de pertenecerse libremente en amor fiel y fecundo hasta la muerte, constituyendo así una sociedad conyugal”. Supuesto todo lo dicho, nada más erróneo que suponer y proclamar que todos los divorcios son iguales. No es lo mismo el divorcio en una sociedad que estima, defiende y promueve la indisolubilidad que en una sociedad que estima, defiende y promueve lo contrario. No es lo mismo el divorcio en una sociedad que confía a los padres (padre y madre complementándose) la formación y educación fundamental de los niños y jóvenes, que en una sociedad donde tal tarea es asignada al Estado o mecanismos estatales. No es lo mismo el divorcio de una pareja “católica”, con mayor o menor práctica religiosa, que de una pareja atea o agnóstica. En los primeros el divorcio asume complicaciones hondas con su fe y se torna problema espinoso, urticante, de conciencia que no se da en los segundos. No es lo mismo en una pareja con hijos ya mayores, capaces de entender lo sucedido, que en una pareja con hijos pequeños, necesitados de sus padres e incapaces de comprender la nueva situación por mucho que se les explique. No es lo mismo el divorcio, cuyos hijos nada han visto anormal, aunque las desavenencias hayan sido y sean profundas, que el divorcio en una pareja cuyos hijos hayan sido testigos, desde que se asomaron a la vida consciente, de la situación conflictiva de sus padres. No es lo mismo el divorcio de una pareja, cuya situación ha ido deteriorándose lenta y progresivamente, no obstante conatos serios de solución, que el divorcio de una pareja que repentinamente entra en crisis en un abrir y cerrar de ojos sin que nadie ni nada pueda impedirlo. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio se fraguó al calor de altísimos y nobles ideales por ambas partes, que el divorcio de un matrimonio que surgió de sórdidos intereses o erróneos o equívocos objetivos. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio arrancó de un amor sincero y maduro por ambas partes, que el divorcio de un matrimonio fruto de un amor inmaduro, infantil o instintivo. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio, después de navegar venturosamente muchos años, naufraga lamentablemente, que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio en ningún momento navegó con ventura. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio se disuelve “realmente” (no como salida) por mutuo consentimiento, que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio se disuelve violentamente por imposición o atropello de una de las partes con oposición o renuencia de la otra parte. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio se rompe por infidelidad constatada de una de las partes, que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio se rompe por acumulación de faltas más o menos ligeras no perdonadas. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio quiebra por una radical falta de acoplamiento mutuo (incompatibilidad de caracteres ), que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio quiebra por la injusta y deplorable actitud de una de las partes, empecinada en no ver en la otra parte más que un cúmulo sumado de defectos cerrando los ojos a las virtudes existentes, como si toda personalidad no tuviese siempre en su haber virtudes y defectos. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio sucumbe por sí y ante sí que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio sucumbe ante el acoso amoroso de un tercero que no ceja en sus propósitos hasta haber doblegado la fortaleza de la persona codiciada. No es lo mismo el divorcio de una pareja cuyo matrimonio está muy circunscrito a sólo los cónyuges y los hijos que el divorcio de una pareja cuyo matrimonio está vinculado a extensos núcleos familiares. No es lo mismo el divorcio de una pareja que por mucho tiempo ha hecho del núcleo familiar un cálido hogar de unión y solidaridad, que el divorcio de una pareja que ha hecho por años del núcleo familiar una helada casa de hospedaje o un horripilante lugar de tortura y potro. |
miércoles, julio 09, 2008
¿QUIENES SON LOS ANGELES? y ¿QUIENES SON LOS SANTOS?
Al final del día, el cuerpo inerte de Jesús fue bajado de la cruz y enterrado, pero el alma de sus palabras y la llama de sus palabras y la llama de su corazón seguían vivos. Las verdades que había pronunciado y el amor con el que se preocupaba por la humanidad habían comenzado a introducirse en el corazón de quienes habían decidido seguirle, y muchos vieron como sus vidas se transformaban para siempre.
Como ha sido siempre la forma de actuar de los que predican el amor y la sabiduría interior, Jesús tuvo una gran influencia sobre un grupo de fieles. Había doce hombres a los que atrajo hacia el y que, en cierta forma, ilumino su alma; estos hombres fueron conocidos mas tardes como sus apóstoles, que se encargaron de predicar en sus diferentes pueblos y comunidades, y viajaron a otras tierras tras la muerte de Jesús, contando lo que había sucedido en Jerusalén. Anunciaron al mundo que este hombre había pronunciado palabras que encerraban una sabiduría tan grande que, cuando llegaban al corazón, se sentía la cercanía en espíritu con la misericordia y compasión de Dios.
El Dios del que hablaban se había convertido en un padre para la humanidad. El Dios de Jesús, decían, es un Dios que ama, cuya misericordia es mas grande de lo que los hombres pueden llegar a comprender.
Con esta mentalidad, Jesús y los discípulos consiguieron llevar a cabo uno de los cambios con mayor alcance en el pensamiento espiritual que el mundo ha conocido jamás. Después de haber experimentado en su presencia el gozo y la paz que predicaba, los discípulos de Jesús se habían transformado por completo. Ellos también comenzaron a vivir en el espíritu de su maestro, y experimentaron en su ser las verdades de las que Jesús les había hablado.
Cuando predicaban el poder que tenia el amor, hablaban desde su propia experiencia; era esta la que les daba fuerza para sufrir muertes similares a la de su maestro. Los hombres y mujeres que han seguido los pasos de Jesús son conocidos con el nombre de “santos cristianos” Al llevar el mensaje hasta su corazón, han descubierto la verdad del mismo en pos de su propio bien: el amor les ha transformado y, con sus corazones agradecidos, han transmitido sucesivamente el sencillo mensaje a los demás. Con el regocijo y entusiasmo que invade a todos aquellos que son transformados mediante las enseñanzas de Jesús, el mensaje divino ha llegado hasta los rincones más recónditos del planeta.
Como el fuego se propaga, y como el fuego arde; el mensaje de Jesús es sencillo, pero es uno de los mensajes más poderosos que ha conocido la humanidad: es un mensaje de amor.
En el transcurso de los dos mil años que han pasado desde los días en que Jesús pronuncio sus palabras, se ha hecho mucho para preservar las palabras que fueron escuchadas por aquellos que estaban allí, las enseñanzas han continuado, y se creo una iglesia para fortalecer el mensaje tan simple y mantenerlo vivo. Naturalmente, debido a la gran complejidad inherente a la psique humana, también se ha hecho mucho para corromper y destruir tanto el mensaje de Jesús como su iglesia. Estos dos mil años han sido testigos de la aparición de un mundo complejo, y los santos portadores del mensaje de amor de cristo se han visto obligados a afrontar una y mil batallas contra los que ostentaban el poder que han tratado de destruir el mensaje.
El mensaje de Jesús es mensaje de amor, y el amor lleva implícitas ciertas características: el amor disuelve el miedo y la maldad, el amor flota como el aire fresco y sigue un curso propio, el amor protege lo que es débil y susceptible de ser destruido y es de por si una fuerza mas poderosa que cualquier otra.
Esto ha sido demostrado por los santos portadores del mensaje de cristo; estos han dado forma a una historia plagada de amor y devoción de muy diferentes maneras, en diferentes momentos y durante cientos y cientos de años: desde los mártires a los ermitaños, desde los maestros a los héroes legendarios y desde los visionarios a los samaritanos, los santos del cristianismo han tejido un tapiz con historias tan ricas y llenas de color que parece que no existen limites a las expresiones que puede adoptar el amor. Los santos viven en los corazones de hombres y mujeres de carne y hueso, y se mantienen vivos a su merced a un misterioso poder que poseen. Cuando invocamos su ayuda, podemos sentir su bendición, cuando contemplamos sus actos alimentamos nuestro espíritu, y cuando vivimos en la verdad eterna de su mensaje, nos alimentamos siempre de la fuerza de su devoción.
Los santos describe solo una parte de la multitud de hombres y mujeres que conocemos como santos, y cuentan solo con una ínfima parte del espacio que merecen. Con el fin de proporcionar un mayor conocimiento de sus vidas.
Las historias sobre los santos y el arte que se emplea para ilustrarlas provienen de muy diversas corrientes; algunos son tan legendarios que no hay forma de verificar su existencia. Otros, obviamente, son conocidos por sus escritos, y se ha dejado constancia de las vidas de unos pocos gracias a aquellos que les conocían bien; la mayor parte de las historias que aquí se cuentan y de las obras de arte que se han empleado gozan de reconocimiento y prestigio. Puede haber casos donde esto no se de y, como en la vida, existían múltiples visiones de cada historia y discrepancias en cada relato.-Consultar personajes.
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